Este ostracismo es uno de efectos indeseables de la afición lunática a la literatura (y hasta a la poesía).
Cuando los chicos eran pequeños todavía parte del domingo lo empleaba en la lectura del diario El Tiempo, sin importar lo malo que era. Era una tara que me quedaba de la infancia. También, leer ese diario impotable, constituía rareza, en aquel remanso de clase media oportunista, más baja que alta. Como caminaba tres cuadras con el Tiempo desde la tienda hasta el conjunto, presentaba un blanco fácil para la vista de los vigilantes chismosos, espías de vecindario faltos de vida propia y por tanto interesantísimos en los ires y venires del prójimo.
Y así desde que recuerdo. El disfrute de El mundo es ancho y ajeno no era algo que compartiera nunca con mis primos. Ni siquiera Julio Verne, aquellos primos crecían en los desiertos de literatura que eran sus familias.
La verdad me sentía furtivo y clandestino, un poco culpable de leer a espaldas de tanto iletrado, y leer en inglés, no solo en castellano. Hace unas horas disfruté de la sabrosa lectura de un francés con mucha actitud, en un ensayo sobre Proust y el ensayo, y nadie en este conjunto sito en Usaquén sospecha que comparten pueblo con un literato de muchos kilates que sobrevive entre ellos en rigurosa clandestinidad.
Pero la gente se gasta atención de liebre y no se pierde los libros que pongo aquí y allá, que me ven en la mano al pasar, la gente es muy observadora, linces. Perciben, también, a los libros como signo de privilegio, ( siguen siéndolo a pesar del tiempo, y un pobre con un libro pueden confundirlo con un niño rico), por eso trato de esconderlos. Tampoco quiero que piensen que soy un tipo que las ha pasado mejor, que ha trabajado menos, que su vida ha sido fácil, por aquello de la envidia (es natural que se deteste al que vive más fácil y se jode menos).
Y eso que son libros de segunda mano. tener que esconderlos es un indicio del entorno poco acogedor en que vivimos.
Nada para presumir, una vida furtiva de literato de incógnito. Todos, todos todos, tenemos nuestros “guardados”. Ese manso anciano que sorbe café, de ojos llorosos y nevada cabeza es un furtivo aficionado a la caudalosa pornografía que tras unos clicks irrumpe en la pantalla de su pc. Y nadie sospecha. Ecce homo.
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