Cuatro
mundos dogmáticos. Todo yo es dogma y religión. Y los roces entre ellos, una
novela caudalosa, gestionada por una novelista “opulenta”, con un baúl
de recursos inagotables para hacernos un “tour” de los “dogmas”, dogmas que
sostienen un desencuentro fatal con las expectativas de las buenas conciencias.
Traicionar falsas expectativas es otra especialidad de Ann Tyler.
Los
personajes no son creaturas que nos puedan mirar de arriba abajo, son tan
erráticos e incompetentes como quienes los leemos.
Algunos hemos sido iniciados en este tipo de saga familiar por Cien años de soledad, donde los hijos de Ursula Iguarán y José Arcadio Buendía son dogmas que se repelen como los hijos de Pearl en la novela Dinner at the homesick restaurant García Márquez también tiene esa visión de que por sobre el lazo consanguíneo, todos somo un nudo no negociable con los otros y con el mundo (como los Karamazov).
Solo una
genio puede sostener episodios alimentados por los fanatismos del yo, las
relaciones oblicuas y tirantes con el plan del mundo. Anne Tyler es la actuaria
de las injusticias (pequeñas y diarias), de los gestos disimulados y sin
grandeza con que nos abrimos paso en un mundo en el que hemos sido sencillamente
arrojados. Anne Tyler los documenta y los vuelve sustancia que aflora e
interpela al lector resabiado y unilateral que somos, y que refleja a sus
criaturas adheridas a la placenta
consanguínea que en Norteamérica tiene talla de mito. Algo de la
fatalidad del Génesis rebulle en esta novela, plasmada en una escritura de
seductor temperamento femenino.
La humana
propensión a los errores y a las ilusiones me ha hecho creer tener una idea
aproximada de la novela norteamericana; esta novela, Dinner at the homesick
restaurante me muestra la dimensión de mi engaño. La novela gringa está llena
de mundos por descubrir, demasiados para una vida.
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