viernes, 27 de octubre de 2023

Pentimento

Antes de que María Mercedes Carranza y los mecenas perseguidos por su trastorno obsesivo le compraran una casa, la revista Golpe de dados fue el primer refugio de los poetas colombianos. Desde los años setenta ya había miles de lectores en Colombia que preferían poesía a novela, como se prefiere el sol a la lluvia. Preferían la bicicleta de la poesía a la motocicleta de la novela. A pesar de su hábito franciscano, Golpe  de dados se ofrecía en los puestos de revista, junto a la revista Cromos, la revista Semana y la revista Vanidades. El poeta J. G Cobo Borda era el poeta más visible, pero le pisaban los talones J. Mario, Jaime Jaramillo Escobar, Elkin Restrepo, Dario Jaramillo (diabéticos abstenerse), Juan Manuel Roca, entre los más peligrosos. Todos  querían –Edipos-matar a los padres. Querían matar a Julio Florez  y a Barba Jacob, muertos hace siglos, pero vigentes en la imaginación de aquellos lectores adictos a la poesía. Vinieron los videos, la televisión por cable, el PC, el beeper, el internet, el móvil, el videojuego, los tatuajes, el porno y el porro, pero en Colombia miles han continuado leyendo poesía y las nietas de los poetas de Golpe de dados han tomado el relevo y con sus  tatuajes leen sus poemas en bares y discotecas de las principales ciudades. Si hay algo resiliente en la literatira colombiana, es la poesía. Incluso Barba Jacob.

Me he sentado a escribir esto al darme cuenta de lo mucho que pesa la poesía en Colombia y en América Latina (y en el mundo). En contra de la aparente hegemonía de la novela. El vedetismo de la novela, en que la han comprometido los  funcionarios de la grandes editoriales. Impostura harto notoria en Colombia, que es pura moda, en un país de lectores incubados por la poesía desde sus abuelos. Los novelistas pueden ser mendaces y posudos, pero los poetas tienen que ser reales.

Nada de raro que un pedante como yo se haya consumido en el snobismo de la novela. La pedantería es la sustancia de la novela; se salvan muy pocas de la arrogancia con que las cien novelas publicadas cada año, incluyendo Vargas llosa, miran el mundo. Los textos poéticos son más humildes, parten de un mundo más íntimo y auténtico que el que Vargas Llosa cree que es… Me propongo salvarme del anecdotismo y la flatulencia de la novela estudiando poesía de ahora en adelante. Y partiendo de los versos que aprendí en bachillerato en los tiempos de Mario Rivero, el gestor de la revista Golpe de dados en los años setenta:

“Ay, qué trabajo me cuesta quererte como te quiero/

por tu amor me duele el aire, el corazón y el sombrero”.

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