viernes, 25 de febrero de 2022

Más de La Perra. Tragedia en bandeja

Quizá esta novela cortísima sea, en el fondo, para la autora, un atado de notas sobre motivos que proyecta amplificar y ahondar en un futuro. El tema de la indolencia de la vida. Es la vida supremamente indolente con los sentimientos de los mortales, su gesta parece consistir, primordialmente, en pisar y arrasar tales sentimientos. Sí, debajo de todo, lo que tenemos es una tragedia (casi griega). No se puede negar que se produce la compasión por la heroína como en dicha expresión del teatro griego antiguo. Y ahí está la razón de que se ame esta fábula: estamos cultural y atávicamente programados para ceder ante los encantos de la tragedia. Nada más elemental. Por tratarse de un asunto sumamente potable, la tragedia, la tolerancia con los puntos flacos del texto es directamente proporcional a su digestibilidad. Me parece un punto flaco que la perra sea mala madre. En su descuido de sus hijos –incluso devora uno-se monta el desenlace (catástrofe, le dicen los retóricos a ese momento del relato trágico). Una perra que se come a sus crías resulta en malos términos con el verosímil, el animal cae en desgracia definitiva cuando abandona a sus hijos. Damaris abruptamente pasa a una actitud de venganza con el cánido. La prosa es papilla, aunque la autora se crea fundando un discurso depurado de retruécanos cultistas, un habla sin afeites, directa y cálida, habla cotidiana, habla, digamos, de colegio, de entrecasa, con superioridad moral sobre los extravíos de los que pulen frase y conceptos. Los recitados del coro de la tragedia también tienen sones de papilla. Y los lectores, felices. Siempre podemos zamparnos un poco de tragedia griega.

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