viernes, 6 de agosto de 2021

Diez años de El ruido de las cosas al caer

En mi favor puedo señalar el hecho –me refiero a dos titanes de la novela colombiana- de que Héctor Abad Facciolince presta, si no nula, muy poca atención a la obra de Juan Manuel Vásquez, quien le corresponde con creces. Quiero decir que mutuamente no se avalan. De ello puede inferirse que no se trata de las obras deslumbrantes que sus editores y su red de reseñadores y entrevistadores proclaman a los cuatro vientos (el silogismo es un máquina cruel). ¿Soy monótono? Lo es más el empleado de la editorial que acaba de convocar a la celebración de “diez años de El ruido de las cosas al caer”. Leo, no escribo. Y puede decirse que también se puede destacar la efemérides de mis diez años leyendo ese texto (una de las extrañas guerras en que me involucro). Diez años torturándolo para que confiese que es un librillo presumido, con cero de consideración por el arte de la novela. Y si este caso se mira a cien años de distancia en el futuro, es, pese a todo, un hecho histórico: Ernesto Gómez-Mendoza, crítico de hace cien años, notorio por su obsesión con un texto entonces muy promocionado por sus editores y sus agentes encubiertos en la industria cultural. En la última tortura/lectura se me ha puesto de manifiesto la ingenuidad de su intriga, intriga propia de un intrigador improvisado que ha estudiado distraídamente a los maestros del “plot”. Tal enredo (se le dice también a esa cosa) parece tender al patrón de la Búsqueda. El héroe busca algo avanzando como sonámbulo por esas páginas. En los enredos de búsqueda de los maestros en el asunto el personaje da, tras la búsqueda, con alguna clave que le aclara su existencia. En el distraído enredo de Vásquez la criatura tiene desde el comienzo y desde siempre y para siempre bien clara su existencia y resto de otras materias. Con un apellido exótico, Yammara, el golem de este texto, busca lo que ya conoce. No creo que se proceda de esta manera para construir intrigas de búsqueda (para que me odien más, les presento el término en inglés: “quest plot”). “La intriga no funciona, Juan Manuel”, eso le habría sugerido en un mundo ideal Joseph Conrad, si fuera su editor en Alfaguara. Y hubiera sido maravilloso, porque, con tres “plots” así se puede desmotivar a muchas personas antojadas de novela y ahuyentarlas hacia otras regiones del entretenimiento, Netflix por ejemplo. Si Yammara, fantasmal personaje, ya lo sabe todo, ¿qué carajos busca?Eh, eh, novelistas colombianos: a ver si leen a Graham Greene o a Henry James con juicio, y preferiblemente en inglés. Eso sí, se ve que el texto ha sido corregido siete veces para cuadricular las escenas parcas, momificadas y pulir las frases con gratuitas simetrías y eufonías. Una de las buenas metáforas (para aviso de Abad Facciolince): hipopótamo, su impresión de un aerolito con cabeza y extremidades. Sin embargo, mi alfaguareño amigo, no es un concurso de metáforas. Se trata de que fragues una novela, no te equivoques. No se trata de que recicles un material sobre un gringo del Cuerpo de Paz ( qué es lo explica en dos páginas la “novela”) que con envidiable acierto cultiva canabis cerca de La Dorada y la exporta mediante los servicios de un piloto muy oportuno. El reciclaje se decora con importantes preguntas como: ¿Por qué recordamos? ¿Qué sentido tiene el ejercicio de la memoria? ¿Cómo nos marcó crecer en medio de las bombas del Cartel de Medellín? Tengo muchas dudas, pero este es mi aporte al festejo de los diez años de El ruido de las cosas al caer. Y agradezco la papaya ofrecida, porque ha sido mi destino estudiar este libro disparejo y por ello he dejado de investigar otros temas, es uno de mis temas cumbre.

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