En esta novela la intriga (enredo,
decían los escritores renacentistas españoles) llega a su máxima altura cuando
madre, hijo y amiga se involucran como espectadores de un espectáculo obsceno.
El autor es parco. No hay muchas explicaciones. Es el lector quien asume la
papa caliente de una mamá y un hijo (la amiga hace el papel de celestina) que
con un vaso de licor en la mano miran a la pareja que celebra frente a ellos un
ritual casi rutinario de pornografía. Ha sido el mejor regalo que la madre ha
podido pensar para los quince años de un chico más bien manso y silencioso.
Madre, hijo. Pero el autor de la
novela, Octavio Escobar no arriesga el más mínimo guiño o alusión al mito
psicoanalítico del Edipo ni explicita nunca si Mariana es una madre sobreprotectora
que expone a Javier, su hijo, a la experiencia perversa para fundar un pacto
imborrable entre ambos. En inquietante anti-climax, horas después del
acontecimiento, el relato no da cuenta de ningún remordimiento o sensación
parecida en ninguno de los dos perversos, ni se produce ninguna epifanía. Mar
de leva es una novela en crisis que se queda en esquema de novela y nunca
remata en obra acabada y redondeada
Esquema, idea aproximada, fórmula
tentativa. También son fórmulas los lugares comunes de la retórica que cobran
vida nueva en la variación que logra el autor, en la reformulación, en la
superación necesaria para evitar la reiteración o calco. En Elena, la amiga de
los Guzmán, madre e hijo, el esquematismo gira hacia la caricatura inerte.
Escobar Giraldo no es un destacado retratista del jet set y su Elena es poco
convincente como mujer de mundo. El recurso al que más apela es la inserción en
cada frase de Elena de una palabra en inglés. Esta mujer de vuelta de muchas
partes, presuntamente, es la mediadora que conduce a los Guzmán a su iniciación
en el voyeurismo, y desempeña su papel a través de sus acotaciones banales
pautadas con sus vocablos ingleses, “Estás de vacaciones –exclamó-, y yo
también, sorry. What happens here, stays here.”. La caricatura repercute sobre
el autor de Mar de leva, refiriendo a la ingenuidad del narrador convencido de
que una fórmula así, aplicada mecánicamente, basta para plasmar el tipo del
personaje.
Mar de leva tropieza más de una vez
con la ingenuidad respecto de verdad y verosimilitud, la idea aristotélica de
que en literatura la verdad objetiva no posee tanto significado como la
verosimilitud, aquello que no es fáctico pero sí posible. Una madre y un hijo
compartiendo un “show erótico” en vacaciones puede ser algo que pasó, pero es
poco verosímil literariamente. Puede haber Elenas objetivas que hablen así,
pero no funcionan en una novela, no son creíbles en el marco de la situación.
Es un desacierto que se hubiera evidenciado si hubiera habido, después del
esquema (o borrador) un proceso encaminado a encontrar la forma novelística. En
el aliento creador sobre la maqueta habría cabido también que Escobar
renunciara a esa situación y probara otro camino si perseguía la sátira de las
clases altas o los motivos de la novela de iniciación.
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