jueves, 29 de octubre de 2020

Romance. La categoría sumergida

 Varios escritores del país eran niños cuando se publicó La tejedora de coronas en 1986. Seria escogida Premio Rómulo Gallegos al poco tiempo. El autor, Germán Espinosa le confesó a este servidor que García Márquez le dijo que no había podido pasar de las primeras páginas. Espinosa lo comentó neutramente. Acaso quería implicar que el premio constituía una refutación del juicio del premio Nobel. Es un libro exótico principalmente por la genialidad de estar escrito sin puntos seguidos, el brocado verbal de la narración no tiene más pausa que la coma durante la extensión de los “movimientos” que lo componen. Pero la heroína, Genoveva Alcocer, impone su presencia, y es su proyección una de las pruebas de que decirle novela a este libro, tiene apenas valor de eufemismo. Genoveva Alcocer es figura titánica cuya vida desde el comienzo asume los aires de las criaturas predestinadas por fuerzas inefables –en este caso por la astrología- a misión remota de las rutinas parroquiales y domésticas. Su destino la arrebata al ancho mundo y la desgaja de su aldea cartagenera del siglo xviii en la adolescencia. Cuando su vida se disuelve en la muerte, su biógrafo le concede los cien años de edad, que la Alcocer ha aprovechado al máximo como mediadora en el traslado a América de las titánicas imaginaciones utópicas de los espíritus libertarios e ilustrados de Europa. Es un figura prometeica. ¿Se reconocen en la sinopsis patrones vagos y lejanos encontrados en fortuitas lecturas?  

La protagonista de Germán Espinosa es el epicentro de una fábula que salta de América a Europa, y en el viejo continente de país en país, escenarios en los cuales es testigo y participante de las conspiraciones, actividades secretas y subversivas de una galería impresionante de activistas e ideólogos masones y de otras sectas que atentan contra las monarquías, al tiempo que imaginan cosmologías, teosofías y alegorías de la libertad y la conciencia. Después de años de aprendizaje retorna al nuevo continente con mensajes a los prosélitos  e iniciados en esa algarabía de sistemas y utopías. Esta figura mítica, su largo periplo de aventuras y mudanzas en el ojo del huracán de la Historia, son típicos de una forma narrativa tan ajena a la querencia de la novela por el escenario limitado descrito con bravura (aquí cabe recordar que Tolstoi aconsejaba describir la propia aldea para lograr ser universal) y por la distancia guardada frente a dilatados tiempos narrativos repletos de mudanzas y peripecias que esta forma sí adopta con desenvoltura en sus copiosas páginas. La forma no es otra que la forma-romance.

La tejedora de coronas de Espinosa es un romance. Un testimonio de su vigencia es que podemos encontrar bastantes ediciones viejas en inglés en las cuales se especifica “a romance” debajo del título del libro. La anécdota es que los editores españoles se inhibían, en sus ediciones, de conservar la indicación, por una razón quizás válida: la existencia en las letras de España, desde la Edad Media de una composición narrativa en verso octosílabo, con el mismo nombre, los sabrosos romances castellanos de temas medievales.  Creo que aproximarse a la obra de Espinosa con expectativa de lectura novelística es la razón de la perplejidad en que nos atrancamos y en otros desencuentros. La situación puede variar si el lector está advertido que se enfrenta, más bien a un romance. La forma romance conviene más a ciertos libros de Alejo Carpentier y de Carlos Fuentes. Del propio Rómulo Gallegos. Miguel Ángel Asturias. Me he asomado a Sobre héroes y tumbas de Sábato, ahora que tengo más claridad sobre esta cuestión del romance y como que me acomodo mejor. En las narraciones de esta categoría otros patrones son la Búsqueda y el Aprendizaje, sus héroes/heroínas buscan una revelación o un explicación (por eso sus errancias dilatadas y sus aventuras) y en esa búsqueda aprenden la verdad sobre sí mismos.

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