jueves, 23 de enero de 2020

Cómo perderlo todo, álbum de crónicas trepidantes


Entre los personajes que retrata Cómo perderlo todo, es el coronel Henry Falcón uno de los más exuberantes. En cuanto a darse gustos es bastante moderado si se exceptúan los placeres homosexuales. El retrato se fabrica dentro de la polaridad que se establece entre firmeza militar y debilidades sodomitas (no dudo que hay rincones en las fuerzas armadas que son logias gay jubilosas con incitantes rituales de presentación de “armas”). Apasionado amante, pero en su closet metódico, de pocas pero firmes palabras, esposo amado por su esposa quien se considera mujer afortunada de un hombre de buen corazón, rutinario, honrado (desafortunadamente, las noticias recientes quieren indicar que faltan más coroneles honrados). La crónica de este sufrido hombre de batallón cobra más brillo cuando nos revela el ahogado enamoramiento del coronel por un mozo de droguería, sanote y de una sola pieza (así son prácticamente todos los personajes del libro). Y tiene acordes shakespereanos cuando tras un interregno de diez años, el coronel Henry Falcón retoma su aventura erótica con su antiguo amor ahora más pulido por el tiempo y estrenando cinismo y desenvoltura en Facebook. No termina bien la segunda edición; culmina en un escándalo de comanches homosexuales en un antro del tercer sexo, en el cual el coronel es condecorado con una herida de arma blanca. Para más señas el amante oficial del mozo de droguería es un costeño magistralmente dibujado, dueño de esa fina ironía de los camajanes costeños posmodernos (como costeños agradecemos al autor este homenaje). En el epílogo de esta decamerónica fábula, el militar corta de raíz sus debilidades bugarronas y se concentra en su fobia metódica a la paz con los bandidos de las FARC.
Arriba he apuntado que esta historia de amor loco es una crónica, y no se trata de una crónica inserta en una novela, sino que pienso que Cómo perderlo todo es un libro de crónicas, que por no partir de un hecho certificado son parodias de crónicas, de aquellas que se escriben sobre hechos periodísticos. Silva Romero adopta, en sus narraciones, las consabidas estrategias de la crónica cierta; entre ellas manipular recortes de la realidad, simplificar a los personajes (representación pintoresca del texto costumbrista, avatar del género de la crónica). Es tan costumbrista como Tomás Carrasquilla o Cordovez Moure (siglo XIX) solo que estos estaban completamente ajenos al Facebook o a la libertad sexual posmoderna. Son unas 20 crónicas del Bogotá milenial, aunque el autor y sus aduladores de contratapa estimen que se trata de una novela. Aclarando que como crónicas son joyas del formato, cuyo estudio se recomienda a quiénes ejerzan o quieran ejercer el oficio de cronista. No es una novela, aunque en la contratapa el consagrado (o vaca sagrada) Dario Jaramillo Agudelo se invente el término “novela de relevos”.
Como corresponde a su carácter, la crónica produce en el lector la sensación de que ha llevado cualquier cosa a su remate o culminación; se ha leído sin distracciones una historia, y eso es bueno para la autoestima. Es una de las causas de la popularidad del formato (también produce idéntica percepción en los autores: han hecho el trabajo entero, pueden dormir tranquilos). La crónica es una prueba muy a la mano de que no tenemos déficit de atención. Este problema lo tienen muchos de los héroes referenciados por Cómo perderlo todo, que en general son divertidos neuróticos perdidos en la aventura freudiana de la elección de objeto. Héroes confinados en el patrón estímulo-respuesta en que los confina el cómodo y alucinante cronista que también es un fabricante de alucinantes frases en donde ellos quedan atrapados como mariposas atravesadas por el alfiler del ingenio:
“…cuando pasó de los cuarenta y pico, que llegar a semejante edad es el castigo a la soberbia de un actor, empezó a pagarse cirugías en el rostro que la han ido desfigurando y envejeciendo mucho más. No es la duquesa de Alba. Verla no da toda la tristeza que da ver a Meg Ryan, a Donatella Versace, a Mickey Rourke…”
Qué desperdicio que Ricardo Silva Romero no escriba crónicas en Soho o Etiqueta negra! Serían tan alucinantes. En estas parodias de crónicas de Cómo perderlo todo se ha liberado del antojo de ser un cronista feliz e indocumentado este hombre para quien el “periodismo” es un mito, un fetiche. También, qué hombre más recursivo. Más recursivo que futbolista croata, el recurso para embutir todas estas historias palpitantes en un todo palpitante es una variedad del relato enmarcado, del venerable marco dilatado de El Decamerón y Los Cuentos de Canterbury. Los relatos transcurren todos en el año 2016 “que fue, según se ha probado, el peor año bisiesto que se encuentre en las bitácoras del universo, una conjura de planetas forzó a millones de parejas acá abajo a la desesperación y a la agonía.” En ese 2016 no solo el coronel Henry Falcón sufre una emboscada de amor gay; también sobreviven a crisis de amores neuróticos el profesor de filosofía del lenguaje, Horacio Pizarro, la actriz Valentina Calvo, la decana de filosofía Gabriela Terán, la muy joven lesbiana, Flora Valencia, que prepara tesis de grado en filosofía, el libertino y desempleado y mariguano comunicador social Dieguito Terán y otros palpitantes miembros de la comparsa herolca de Silva Romero, respondiendo a los caprichosos y medidos pasos de Mercurio y otros planetas allá en el cielo. El autor con fino humor enmarca muchos de sus acontecimientos en la circunstancia de un Mercurio retrógrado allá arriba. Mercurio es la causa eficiente de la palpitante agresión con las tijeras de una esposa de vieja data, Silvia de Terán, a Don Diego, su marido de vieja data, cuando por enésima vez la declara culpable de haber estropeado al hijo comunicador social, mariguano, de cuarenta años con sus mimos. En fin, 600 páginas de crónicas, como se espera que sean: palpitantes, compuestas con eufonía, frases funcionales, alucinantes, adjetivos bien colocados, y símiles y metáforas envidiables. Sin embargo, Silva Romero quedó debiendo la novela (sin duda nos divertimos, como en una película de Vincent Minnelli; las relaciones de este libro con el cine serán, Dios mediante, tratadas en otra oportunidad)


1 comentario:

Elena dijo...

Gracias, al autor, Ernesto Gómez Mendoza, quien desde su juventud en Barranquilla se ha dedicado a leer y a decir lo que piensa de lo que encuentra en los texto que caen bajo su gran formación literaria y filosófica, hoy, con la sabiduría de los años vividos.

Hace tiempo quería leer una apreciación seria sobre este Silva Romero y de su "novela" porque entreveía lo que Ernesto escribe aquí tan claramente: que no es una novela y que tampoco es un genio y que es un escritor para una revista como Soho, no necesita de gran literatura sino saber manejar un lenguaje y unas historias con un poco de truculencia y frases bien armadas.