domingo, 21 de octubre de 2018

Como inclinarse hacia la ironía. Declive, de Antonio García Ángel


Jorge, sin apellido, es el héroe más desamparado que me ha puesto nunca delante la novela (o novela corta en este caso). En comparación, el vacilante e ineficaz protagonista de Tokyo blues, Watanabe, es temerario y recursivo.
Si hay una condición humana es la que atrapa Antonio García Ängel en un relato extraño, de simplicidad difícil, facilidad engañosa, de una renuncia monacal. La renuncia del autor a servir a los buscadores de la verdad de domingo un mensaje eufónico y enfático. La renuncia a cumplir mansamente con la denuncia ritual bien escrita, al estilo más estereotipado de la nueva novela latinoamericana. La denuncia aquí es más kafkiana, denuncia de la toxicidad encerrada en lo obvio.
En Declive se sueltan los sabuesos de la parodia en varios niveles. Se parodia la técnica de la crónica latinoamericana. Sus recursos se aplican sobre una figura exenta de rasgos “cronicables”. Jorge no es un transgénero o el latinomericano más tatuado, ninguna de sus características da para producir adrenalina tipo revista Vice. Ese hecho es lo que genera la extrañeza, las técnicas de la crónica se despliegan sobre un latinoamericano cuya bitácora contiene los heroísmos implícitos en trabajar en un call center y en sobrevivir y vegetar como nos quiere el sistema (hay uno, aunque precisamente es tan obvio que no lo vemos, y esta novela lo sugiere con sutileza e ironía).  
El gran acierto de Antonio García Ángel es haber escrito Declive “como sí”. Como sí un editor de Soho o de Etiqueta negra le hubiera encargado una crónica sobre un operador de call center en turno nocturno. En el arranque firme Declive despluma los datos y observaciones que allegan el espesor de toda crónica, datos curiosos, detalles de color, usando a fondo esa enunciación ladina de la crónica, el pretendido desinterés estético. Digamos que con ese proceder encierra al lector dentro de sus condiciones, para largarle luego su fábula de un mundo tóxico, de una red de prácticas que envenenan lentamente al existente. En ese punto es que parodia la fábula cinematográfica de la “creatura” y la fábula inmortal del judío de Praga.


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