¿Amo a las mujeres? Tal vez sí, absolutamente, menos media docena de
arpías. Odio a la directora de décimo grado, hija de puta según la cual mi hijo
es un perdedor (y, por consiguiente, yo, otro perdedor) incapaz de elevarse a
las estrellas de las matemáticas de ese puto colegio con énfasis en
matemáticas. Debo amar a las mujeres, sino ese sexto sentido ya las hubiera
alertado y no disfrutaría esas sonrisas dirigidas a mí. La cara de solterona,
los labios sin carne y la carne mustia del rostro de la profesora. Una cara muy
seria, que me recuerda el recientemente leido aforismo, leido en la novela de
Ramón Illán Bacca, La mujer barbuda: “Cara seria, culo loco”. Es posible, lo
hace seguro con un muñeco inflable de raza negra dotado de un verdadero príapo…
Como no me he obligado con ninguna editorial a escribir nada,
probablemente sin ayuda de algún hada madrina o ser angelical no escribiré la
novela sobre Vera Carolina Duarte. Pero me gustaría escribirla, plantar a Vera
Carolina en medio de las paradojas de la existencia, apresarla en las prácticas
y los discursos que envuelven a cualquier adolescente en Bogotá, también a sus
adultos, a su abuela Flora Duarte, un par de tías. Escribí una escena en que
había tres tías, se emborrachaban y dejaban salir algunos fantasmas, nada que
deslumbre.
En otra escena que escribí aparece su papá, aparece con un oso
grandísimo. Un oso enorme, es algo muy visual. El significado que puede tener
que un padre que sale de la nada de pronto quiera que su hija adolescente
duerma con un oso. Y de ese cuadro empiezan a salir otros, sin control. A media
novela Vera descubre que su abuela y su padre han pasado una noche juntos, se
han “rumbeado”.
Esto me deja en las manos un proyecto de novela con tintes eróticos. Sin
duda, otro cuadro presenta a Vera durante unas horas de tensión en que esconde
de su abuela a un novio a quien estaba practicando un acto manual cuando su
abuela volvió más temprano del trabajo. Requeriría dotes de maestro de la
novela estadinense que no se si yo posea.
La mujer joven experimenta radicalmente la demencia de la sociedad.
Todos los agentes de la dominación se mueven a su alrededor para someter su
florecimiento existencial con el objetivo de castrarla y convertirla en materia
prima para la reproducción del sistema. Me parece recordar que esto expone
Simone de Beauvoir en El segundo sexo. La novela de una joven es la exposición
de sus paradojas frente a este destino, su resistencia sorda, su rebeldía y su
supervivencia con esa actitud femenina tan creativa, con la forma femenina de
pensamiento.
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