Cada lector tiene su historia sumergida de libros comenzados y pronto dejados a un lado por mil causas. Uno entre los míos es Carajicomedia, una noveleta de Juan Goytisolo a quien han dado el Premio Cervantes por estos días. Primero fue esa expresión perpleja y seria de uno de los escritores españoles con mayor iconografía mediática, fotos y más fotos, fotos de un tipo bien plantado. Pero eso era en los setentas y en los ochenta. Goytisolo parecía para los editores de páginas culturales un caballito de batalla que discurría con toda seriedad mientras García Márquez emitía sus albures y bromas. Tal vez a su pesar, era más que todo mediático. Tal vez a su pesar, pero le manejaban una imagen de divo, tal vez por eso su expresión perpleja tan fotogénica. Fotografiado con igual encono que García Márquez; pero dudo que sus ventas de libros se aproximaran mucho. Parece que se produjo un aborto de industria cultural y tanta exposición a los medios no se tradujo acá, del otro lado del océano, en las Indias, en la lectura de la obra de Juan Goytisolo. La moraleja es que manejar un escritor como se maneja a una estrella de cine no es una fórmula infalible, porque para los líderes de opinion, por lo menos en Colombia, Goytisolo siempre fue esa foto muy fotogénica, siempre lo fue porque sus libros acá se conservaron virgenes, y su papel de emisario de un nuevo espíritu en la novela española no cristalizó.
¿Novela española? Cada vez más eso de novela española pierde definición, claridad. Cosas de la industria cultural, que no consigue construirnos esa cosa, la novela española. No ha conseguido construirnos a Miguel Delibes que es mucho mayor que Goytisolo y es muy apreciado en su país y en Europa pero acá sencillamente es como si nos dijeran Willa Cather. En cambio, frente a esa ficción peninsular envuelta en brumas e indiscernible, qué bien definida la ficción latinoamericana, tanto como un ajiaco o como unas enchiladas. La edición española nos tiene en ayunas de la gastronomía propia, pero es muy experta en la nuestra.
Editores y novelas, dispareja pareja, la norma es el desencuentro. No es cierto que todo sea transparencia, beatitud. Pero la edición española sobresale, tíos que trabajan sin ninguna política diferente a la de improvisar. Respecto de la novelística que les incumbe directamente es que mas se equivocan, y es lo que recuerda Goytisolo. Quien dice que no tenga sus méritos el hombre, pero que fuera durante dos décadas el único novelista español internacionalmente presentable, es un indicio de una edición miope, reaccionando sin estrategia a la coyuntura favorable alimentada por el éxito de la literatura latinoamericana. Instalados allí no construyen todos estos años otras cosas, la novela española por ejemplo. Eso es lo que me dice el premio Cervantes a Juan Goytisolo.
En el momento en que se recuerda la eclosión del boom latinoamericano hace cincuenta años resalta la paradoja de que quienes lo inventaron no atinaron a crear un boom español. La consecuencia es que la falta de definición de la novela española y la ausencia de un metarrelato de ella similar al que se fraguó para Latinoamérica enfrenta al público potencial en Latinoamérica con una masa amorfa de títulos, autores, calidades, retóricas, experimentos, especulaciones y pastiches, que no lo invitan a adentrarse en ella. Culpa de la edición española que, a pesar de su proceso de concentración y de subordinación a la industria cultural continúa igual que hace cien años, improvisada y parroquial, en manos de familias y de círculos de dilettantes especializados en traducir escuelas extranjeras. Sin el menor escrúpulo nacionalista.
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