sábado, 23 de abril de 2016

La personalidad dialógica de Andrés Caicedo

La idea de la recepción es sugerente. Pone ante nosotros la experiencia de un grupo de lectores con un texto; la siembra del texto, su repercusión, quizá lo más dramático y curioso de los fenómenos de la cultura. Asume muchos patrones, uno es la lectura liderada por un eminente profesor, un George Steiner, un Borges, de uno o más textos. En la duración de un semestre el profesor y su grupo de estudiantes se convierte en una fábrica de recepción, pero más sugerente es la recepción digamos desnuda, callejera, como la de una parte de la obra de Faulkner en Latinoamérica en los años cuarenta y cincuenta a partir de las traducciones de Losada,  recepción ciudadana, a la intemperie. Estuvo implicado Borges que recibió el encargo de traducir The wild palms. La infiltración del “texto faulkneriano” en cofradías de escritores en las capitales latinoamericanas, planteó posibilidades insospechadas para unos escritores-lectores que presentaban muchas dudas, que no disfrutaban de muchas ventajas en medio de una crisis del significante literario ante el estallido, entre otros factores, de la burbuja indigenista y la precariedad de la escuela naturalista criolla.


La recepción como desarrollo téorico riguroso debe mucho a la Escuela de Constanza, nos limitaremos a explotar en esta nota sus posibilidades como noción a partir de la certeza de que todo artefacto literario está destinado a eso, se encuentra enunciado para beneficio de un grupo de receptores o de instancias de recepción. Cuánto brillo no le dio al Boom la vivacidad de su recibimiento por parte de un público articulado que luego se disolvió y todavía extrañamos. Un fenómeno bien interesante, muy típico de Colombia, pero con lecciones latinoamericanas, es el de la lectura de la novela Que viva la música. Publicada en 1977  no tuvo una respuesta de público digna, pero sí acorde con el momento que se superponía a ese reflujo del público del boom que anotábamos, pero que, en lo que respecta a Colombia, era un episodio de confusión general de la cultura intensificado por un conflicto social de complejidades inéditas, con ingrediente de globalización a través del llamado narcotráfico. Tomó dos décadas superar el desencuentro y remontar hasta donde nos encontramos hoy, cuando el libro de Andrés Caicedo tiene valor paradigmático para el desarrollo de la novelística en Colombia, precisamente por su cariz dialógico al margen de una cultura dominada por la enunciación monológica y cerrada del discurso de la novela. 
Con apoyo en Bakhtin podemos decir que el discurso novelesco en primera persona es un rasgo de ruptura con la forma monológica. En él se produce el contrapunto de la voz del narrador – héroe y de la voz autorial, autor y narrador son dos compañeros y colaboradores en el camino de la novela. La asociación abre un nuevo horizonte para el autor y para el texto novelesco como espacio dialógico. En los años setenta la "primera persona" de Que viva la música protagonizó un choque con los lectores monológicos adoctrinados en un autor omnisciente mecanicista, de poderes omnímodos y padre prolífico de una especie de compañía escénica cuyos actores enuncian las variaciones dominantes de su visión monista y reductora.

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