La idea de la recepción es sugerente. Pone ante nosotros la
experiencia de un grupo de lectores con un texto; la siembra del texto, su
repercusión, quizá lo más dramático y curioso de los fenómenos de la cultura.
Asume muchos patrones, uno es la lectura liderada por un eminente profesor, un
George Steiner, un Borges, de uno o más textos. En la duración de un semestre
el profesor y su grupo de estudiantes se convierte en una fábrica de recepción,
pero más sugerente es la recepción digamos desnuda, callejera, como la de una
parte de la obra de Faulkner en Latinoamérica en los años cuarenta y cincuenta
a partir de las traducciones de Losada, recepción
ciudadana, a la intemperie. Estuvo implicado Borges que recibió el encargo de
traducir The wild palms. La infiltración del “texto faulkneriano” en cofradías de escritores en las capitales latinoamericanas, planteó posibilidades
insospechadas para unos escritores-lectores que presentaban muchas dudas, que
no disfrutaban de muchas ventajas en medio de una crisis del significante
literario ante el estallido, entre otros factores, de la burbuja indigenista y
la precariedad de la escuela naturalista criolla.
La recepción como desarrollo téorico riguroso debe mucho a
la Escuela de Constanza, nos limitaremos a explotar en esta nota sus
posibilidades como noción a partir de la certeza de que todo artefacto literario
está destinado a eso, se encuentra enunciado para beneficio de un grupo de
receptores o de instancias de recepción. Cuánto brillo no le dio al Boom la
vivacidad de su recibimiento por parte de un público articulado que luego se
disolvió y todavía extrañamos. Un fenómeno bien interesante, muy típico de
Colombia, pero con lecciones latinoamericanas, es el de la lectura de la novela
Que viva la música. Publicada en 1977 no
tuvo una respuesta de público digna, pero sí acorde con el momento que se
superponía a ese reflujo del público del boom que anotábamos, pero que, en lo
que respecta a Colombia, era un episodio de confusión general de la cultura
intensificado por un conflicto social de complejidades inéditas, con ingrediente
de globalización a través del llamado narcotráfico. Tomó dos décadas superar el
desencuentro y remontar hasta donde nos encontramos hoy, cuando el libro de
Andrés Caicedo tiene valor paradigmático para el desarrollo de la novelística
en Colombia, precisamente por su cariz dialógico al margen de una cultura
dominada por la enunciación monológica y cerrada del discurso de la novela.
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