viernes, 22 de diciembre de 2017

Patricio edípico bajo una lluvia de actos fallidos

(Más sobre El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia)

Puede ser un acto de soberbia, además necio, que el practicante de un oficio (como institución, el oficio fue venerado por los antiguos y hasta el Medioevo) pretenda más que fabricar el objeto según las normas del gremio, nadie duda de la virtud del fabricante de violines. Causaría una conmoción, especialmente dentro del gremio si desfigurase las especificaciones del artefacto a fin de predicar una teoría o convertir a las gentes. En esa especie de soberbia incurre Patricio Pron, respecto del oficio de la Novela. En El espíritu de mis padre sigue subiendo en la lluvia quiere propiciar movimientos de la conciencia en los lectores (nosotros) y desfigura el artilugio obligado del novelista o del gremio de los novelistas. La actitud es conexa con cierta idea de superioridad. Y nunca ha salido nada bueno de que el artista o el de oficio novelista crea que su trabajo libere de la oscuridad a los destinatarios de su producto. Pone énfasis en eso, pero no se impone honestamente trazar la historia de “Chacho” Pron, respecto del cual quiere persuadirnos de su “eusebeia”, pues se trata nada menos que del padre de Patricio.
Quiere decir, entonces, que hay por allí esa cosa freudiana, esa agresividad inconsciente que se plantea entre hijos y padres. Un poco de psicoanálisis de bolsillo nos conduce a la hipótesis de que el autor de este libro o, mejor, su inconsciente, elabora cierta vindicta contra “Chacho” Pron, con la complicidad de Mondadori Ramdon House, mucho más conspicua que el reconocimiento normal entre editor y autor, si leemos bien: “Quiero agradecer aquí a las personas que han apoyado e incentivado la escritura de este libro y a los autores cuyas obras me han servido de inspiración y de referencia; entre ellos, a Eduardo de Grazia. Me gustaría agradecer también a Mónica Carmona y Claudio Lopez Lamdrid, mis editores en Random House Mondadori…”, (página 198, sigue una lista de adicionales incentivadores y devotos.)

El padre de este escritor con tanto acompañamiento (¿en donde queda la “soledad del escritor”?) en esta novela entre comillas, “Chacho” Pron parece haber escrito (con su vida) una historia digna de novelarse o de volverse novela, pero el hijo no se digna hacer tal cosa. Fue un actor de la rebelión armada (acaso militante de Montoneros; he ahí el problema: el biógrafo procede todo lo antibiográficamente que puede…), y sobreviviente de la represión tipo tierra rasada y del genocidio con que la burguesía argentina y sus aliados dieron respuesta a la rebelión. Claro que sus opciones comprendían todas las paradojas existenciales que alimentan el discurso novelesco. Como acto fallido el libro de Pron se fuga de ellas, dentro de una resistencia inconsciente a novelarlas. Pron ha eludido la cuestión, pero en vez de admitir que consiguió solo un plan de libro, un esquema tentativo, disfraza este de texto “posmoderno”, trascendente a consideraciones de género (aparentemente un guiso de generos varios), autoficción, quite al meta-relato de la Novela, cosa arcaica y troglodita

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