viernes, 22 de diciembre de 2017

Patricio edípico bajo una lluvia de actos fallidos

(Más sobre El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia)

Puede ser un acto de soberbia, además necio, que el practicante de un oficio (como institución, el oficio fue venerado por los antiguos y hasta el Medioevo) pretenda más que fabricar el objeto según las normas del gremio, nadie duda de la virtud del fabricante de violines. Causaría una conmoción, especialmente dentro del gremio si desfigurase las especificaciones del artefacto a fin de predicar una teoría o convertir a las gentes. En esa especie de soberbia incurre Patricio Pron, respecto del oficio de la Novela. En El espíritu de mis padre sigue subiendo en la lluvia quiere propiciar movimientos de la conciencia en los lectores (nosotros) y desfigura el artilugio obligado del novelista o del gremio de los novelistas. La actitud es conexa con cierta idea de superioridad. Y nunca ha salido nada bueno de que el artista o el de oficio novelista crea que su trabajo libere de la oscuridad a los destinatarios de su producto. Pone énfasis en eso, pero no se impone honestamente trazar la historia de “Chacho” Pron, respecto del cual quiere persuadirnos de su “eusebeia”, pues se trata nada menos que del padre de Patricio.
Quiere decir, entonces, que hay por allí esa cosa freudiana, esa agresividad inconsciente que se plantea entre hijos y padres. Un poco de psicoanálisis de bolsillo nos conduce a la hipótesis de que el autor de este libro o, mejor, su inconsciente, elabora cierta vindicta contra “Chacho” Pron, con la complicidad de Mondadori Ramdon House, mucho más conspicua que el reconocimiento normal entre editor y autor, si leemos bien: “Quiero agradecer aquí a las personas que han apoyado e incentivado la escritura de este libro y a los autores cuyas obras me han servido de inspiración y de referencia; entre ellos, a Eduardo de Grazia. Me gustaría agradecer también a Mónica Carmona y Claudio Lopez Lamdrid, mis editores en Random House Mondadori…”, (página 198, sigue una lista de adicionales incentivadores y devotos.)

El padre de este escritor con tanto acompañamiento (¿en donde queda la “soledad del escritor”?) en esta novela entre comillas, “Chacho” Pron parece haber escrito (con su vida) una historia digna de novelarse o de volverse novela, pero el hijo no se digna hacer tal cosa. Fue un actor de la rebelión armada (acaso militante de Montoneros; he ahí el problema: el biógrafo procede todo lo antibiográficamente que puede…), y sobreviviente de la represión tipo tierra rasada y del genocidio con que la burguesía argentina y sus aliados dieron respuesta a la rebelión. Claro que sus opciones comprendían todas las paradojas existenciales que alimentan el discurso novelesco. Como acto fallido el libro de Pron se fuga de ellas, dentro de una resistencia inconsciente a novelarlas. Pron ha eludido la cuestión, pero en vez de admitir que consiguió solo un plan de libro, un esquema tentativo, disfraza este de texto “posmoderno”, trascendente a consideraciones de género (aparentemente un guiso de generos varios), autoficción, quite al meta-relato de la Novela, cosa arcaica y troglodita

domingo, 17 de diciembre de 2017

Odio a la Historia


No ignoro que la Historia viene aquejada de cierta devaluación desde hace un tiempo. Que algo como la filosofía de la Historia suelta un aroma indiscutible de antigualla. Advierto que las dos veces que he mencionado el nombre, lo he escrito con mayúscula.
Para mí, autodidacta réprobo, la Historia es algo. Estoy suspendido en las órbitas más exteriores de una Historia que es tan majestuosa –aunque trágica, es cierto-como una constelación de galaxias. Con ella suelen andar a regañadientes aquellos que encuentran insoportable que obedezca a una especie de plan o ADN histórico o que posea una especie de vida y de voluntad propia. La Historia es aborrecida porque sucede envuelta en una gran dosis de barbarie. ¿Qué plan puede haber implícito ahí? La barbarie más repugnante es, sin embargo, la de uno de sus frutos, el capitalismo.

El capitalismo como “demon” de la Historia no se comprende sino en clave histórica. Especialmente en su fase actual, este período de neo-liberalismo y financiarización global que es la normalización del fascismo, el período que arrancó con la llamada Primera Guerra Mundial y la revolución rusa. El neo-liberalismo es un fascismo con rostro amable que encierra un abrumador nivel de caos y barbarie. La Historia parece concluir en eso. Es lo que desconcierta. Y produce odio a la Historia. 

viernes, 15 de septiembre de 2017

"Sparring"

¿Es el consumo de novelas algo más que un ritual fetichista de una minoría tan relevante como los que practican el golf? Sí, también en el campo de la Novela las viejas certidumbres vacilan, pierden solidez.
Consumidor de novelas, adicto, es el mío un rol más representativo que el de catador de vinos o aficionado a la ópera? ¿Es solo una cuestión privada, como el gusto por las orquídeas?
Las orquídeas, si juzgamos por el tamaño de la mención mediática, serían socialmente menos importantes que la lectura de novelas. Estas últimas no pasa día sin que sean mediáticamente mencionadas en toda clase de tonos y con tintes varios. Siempre están en el ojo del huracán, sin que puedan competir en cuanto a masas devotas con el fútbol o Facebook. Una forma de aterrizar es visitar la tienda de saldos de librería, en donde el muy honorable de Hermann Broch trata de mimetizarse en un arrume con Rosa Montero y Carlos Fuentes. Para empezar, ¿cuál fue el raciocinio que siguieron los editores para, con tanta seguridad, pensar que ”Instinto de Inés” produciría largas filas en las puertas de las librerías?
Las ediciones de un libro así debían ser de pocos ejemplares, dirigidas a coleccionistas excéntricos…
Por más que me resulte poco honroso, no tengo más remedio que reconocer en mí un curioso individuo, algo pervertido, que ha cultivado el vicio de leer novelas. Habría que internarse en un laberinto filosófico para definir el beneficio de consumir “La información”, novela brillante, de Martin Amis, que se lee como si el lector fuera el “sparring” de su narrador. Un “sparring” bastante chambón, los sopapos y sacudones que recibes son parte de la diversión. Hay un alma de boxeador dentro de este narrador que lo suelta todo. Estilo, es otra forma de verlo.
Sin estilo, la pila de escombros que produce el narrador no se transmutaría en literatura. Las veladuras verbales de Shakespeare no son tasadas en este libro, que parece uno de esos monólogos shakespereanos de personajes dolientes, dolidos y agentes ellos mismos de dolor, estirado por cuatrocientas páginas. Si haber confirmado en estas páginas escatológicas, que la literatura tiene una tras-escena perdularia y abyecta es un beneficio, vale. ¿Habrá otro beneficio, más sublime, más fecundo? Nos preguntamos ante el ruido y la furia que los medios producen alrededor de esas máquinas de voyeurismo (en muchos ejemplos) que son las novelas.

“La Información” debió pasar por el purgatorio de la tienda de saldos antes de llegar a mis adictas manos. De eso hay una deducción imposible de evadir: muchas personas no creyeron, cuando lucía en la vitrina de la librería, que era lo que hacía falta para completar sus vidas.

miércoles, 17 de mayo de 2017

Libros amados

Hay amores que más bien son codicias (dice en las tablas mosaicas: “no codiciar la mujer del prójimo”). ¿Mi codicia por los libros alcanza para amor?
En remotos tiempos me atormentó el antojo por un ítem de la biblioteca de un amigo. El amigo intuía el riesgo y declaró una política fija en contra de los préstamos. ¿Era amor aquel antojo por el libro, Pesadilla de aire acondicionado, que ostentaba con altavoz la firma de Henry Miller? En los años setenta un editor argentino marcó territorio traduciendo todo Miller; sus tapas en estilo de cartel callejero eran broncas, en alusión al bronco autor libertino, boxeador de las ideas anarquistas. Era envidia en estado puro, mi camarada tenía varios Miller en sus anaqueles, poblados mayormente por los libros de su papá. Qué bueno caía sobre esos cantos librescos la trompeta de Louis Armstrong. ¿Antojos son amores?
Se ama la voz del libro. La voz del Quijote carece de pretensiones, basta para que la amemos en este mundo de pretensiosos. Es la voz de Don Miguel Cervantes un hombre que no ha sabido sino ser bueno, sufrido, generoso hasta con los sinsabores y nos enseña a ser así, aunque sea en algún grado.
Amo a los anfitriones de ese libro. Amo al hidalgo en quien la manía no apaga la buena voluntad ni el juicio (oscurecido tan solo en el percibirse caballero andante y percibir altas damas en las humildes labriegas y castillos firmes en las posadas o ventas).  Y a Sancho Panza amo, ¿cómo no hacerlo siendo tan semejante a aquel que me mira en el espejo?; también hago cálculos de éxito y prosperidad, también se me encoje el pecho cuando el gran proyecto se viene abajo. Me consuelo con pan duro y vino joven. La voz, sí pero también amo las carnes de mi Quijote, el peso de mil páginas, las notas marginales que son toda una república de notas, explicaciones, aclaraciones con voz de canónigo agelasta. El tafilete o como quiera que se llame el material del encuadernado (con los título dorados encima).
Es asombroso como otro libro resiste la lenta pero inexorable industria del olvido. Lo amo porque lo puedo recordar todos los días (¿cómo no amar esa sublime forma del tiempo, nuestra memoria, especie de casa propia?). Evocar la figura de Manongo Sterne es normal todos los días, tal vez eso signifique que el demiurgo que lo modeló, un señor peruano triste y tímido, tiene algo de Cervantes. Alfredo Bryce Echenique, se llama el autor de “No me esperen en abril”, libro amado. Manongo Sterne, el héroe, es contradictorio como el hidalgo de La Mancha, sufre de la enfermedad de muchos héroes; cierta ligereza que los pierde en nada sobrias pretensiones de trascender pero que divierte mucho a los lectores de novelas, quienes tampoco son modelos de comedimiento y aplomo. El señor peruano, recrea con el pulso de un Flaubert y la ironía de un Sterne, toda la gama de las prácticas y los rituales de las cómodas y decadentes élites latinoamericanas, en su versión Lima años cincuenta, sobresaliendo la genialidad de copiar los colegios para sus retoños, de los colegios que para los suyos fundaron las élites europeas. El colegio San Pablo de esta novela sale en todo su esplendor de la traviesa y sutil fabulación bryceana: una delirante imitación de un colegio ideal europeo en donde se aplicará una pátina de cultura a un puñado de hidalgos limeños en cuyas arterias fluye una mediocre sangre europea mezclada a la fuerza con sangre española barata y sangre supersticiosa aymará o quechua bastante diluida. Amo este libro porque su comicidad es capaz de hacerte reir,  en medio de cualquiera de esas olas ominosas vistas desde la cubierta de tu frágil barquillo de vida.
Un amor tenaz que sobrevivió contrariedades y frustraciones durante veinte años, es Mimesis, un libro cuyo tema son los libros.
Erich Auerbach…¿Qué hay en esos nombres que me enamoraron una vez los percibí en la neoclásica tapa de Mimesis, típica del gran formato del Fondo de Cultura Económica? Era joven cuando sucedieron los hechos, pero ya sabía que sin mimesis no hay literatura. Erich Auerbach sonaba a sabio alemán o suizo que surge de su naufragio en la filología clásica enredado en las algas de la erudición y la autoridad que confiere ese viaje astronómico, que lleva a las antiguas palabras griegas y sánscritas que siempre son nuevas.
Primero fue un antojo por toda esa filología acariciada íntimamente, por el servicio incondicional y la devoción sensual a ella, Filología. Antojado de algo tan remoto, yo. Yo tan perezoso, tan mimado, tan costeño. Sin embargo la vida nos enseña que el antojo no obedece a ningún sistema ni racionalidad superficial. En mi paseo, Mimesis se me insinuaba reiteradamente en la vitrina de la Librería Lerner, impreso el título enuna fuente rolliza que ya corría por mis arterias de tanto verla y tanto ansiarla. Era libro de la vitrina, lugar reservado a los  libros caros de la librería, un tabú para mi contabilidad.

Viéndola en esa vitrina y en otras vitrinas era como la estrella de cine que asoma por todas partes hasta que se convierte en alguien que promete la felicidad plena. Todavía tuvo mi corazón encaprichado que aguantar los feroces flirteos que fueron los libros en que me citaban a Mimesis sin piedad, citas alcahuetas que conspiraban para mayor fogosidad de aquella pasión senil que me inspiraba el libro de Erich. Soñé con Mimesis muchos años hasta que el destino lento pero seguro la puso a mi merced en las tétricas librerías de viejo del callejón de la carrera octava con calle Jiménez. Un aprendiz de librero con expresión de sabueso alerta caminó a otra puerta y al rato regresó con Mimesis. A un precio increíble y mostrando indicios de haber sido propiedad de una persona decente y limpia. Me la llevé como un trofeo a casa. Tórridos, en medio de la erudición, han sido nuestros amores. Es un libro sobre libros como La divina comedia, Los cuentos de Canterbury, Decamerón, Papá Goriot, El rojo y el negro, A la búsqueda del tiempo perdido y Al faro, que han sido amados por muchas generaciones de lectores.

domingo, 7 de mayo de 2017

Emboscada a un oxímoron

El número de los necios es infinito. El añejo dicho debería haber propiciado una ciencia que se llamara neciología (o neciografía), que previniera sobre estos seres, describiera sus tipos y sus procedimientos. Es una tragedia que el necio escriba libros, es un oxímoron. Ha sucedido varias veces en la literatura colombiana.
La novela necia es una contradicción (tenga otro oxímoron). La rebelión de los oficios inútiles debiera mentar la rebelión de que habla su título. También debiera mentar el pueblo puesto que la presunta rebelión tiene lugar en un pueblo o ciudad de regular tamaño. Es muy extraño. ¿A santo de qué este texto oscuro y equívoco omite contar lo que debe contar? ¿Basado en algún hallazgo de Marcel Duchamp? Lo pregunto porque en alguna página se lo menciona (y uno de los recursos abusivos de este escrito es salpicar sus páginas de nombres célebres de las artes y las letras, sin que lo justifique el contexto).
Mis observaciones no son observaciones arduas para las cuales fuera preciso emplear gran parafernalia narratológica o semiótica. Su sentido común casi produce rubor; pero parte del dislate tan obvio y procaz del texto.
Las situaciones y personajes son materiales, y lo mínimo que se exige de un narrador es que los elabore, que los haga épicamente viables. Pocas veces en mi tonta larga vida de lector he visto más descarado prevaricato. Hay un pueblo o pequeña ciudad (tiene un bar, tiene diario), que no merece del prevaricador ninguno de los procedimientos que los novelistas ofician con los pueblos o poblados o lugares; no alude a ninguna seña o aspecto material, no proporciona descripciones ni propone alguna atmósfera. ¿Me dirán lector-hembra?
Hay que ver cómo insufla vida en su atmósfera pueblerina José Donoso en El lugar sin límites. La descripción pictórica o escenográfica no es lo que exijo; me sentiría colmado con las alusiones cuya suma nos instala en el lugar, como las que teje Evelio Rosero en Los ejércitos para darnos ese pueblo fantasmal (madre mía, no se nos olvide Comala). ¿Cuándo se nos niegan todas esas cosas en un relato que ocurre en una pequeña ciudad o pueblo, no estamos ante una necedad de antología?
A la altura de la página 150, cansado de esperar esas cosas que con toda generosidad me habían dado Juan Rulfo en Pedro Páramo, José Donoso en El lugar sin límites, García Márquez en El coronel no tiene quien le escriba y Evelio Rosero en Los ejércitos, cerré La rebelión de los oficios inútiles y me puse a orar en busca de alivio para mi decepción.
El oximorónico autor de este libracho aparece en fotografías como un cantante de rock. A estas horas gracias a la adulación y a editores cegatos es una figura mediática. Sus comienzos se relacionan con un BLOG que ostenta u ostentaba el nombre de “Una hoguera para que arda Goya” y ganó hace unos diez años un premio a algo así como “mejor emprendimiento cultural en español en Internet”. Daniel Ferreira el joven rockero es el mismo Stanislaus Bohr. En la historia no escrita de la necedad universal pocas farsas se asemejan a la que Daniel alias Stanislaus apareja en su webzine Corónica, una especie de tumor que creció a partir de “Una hoguera etc”. Su verdadera vocación, la de editor, se manifiesta en Corónica, que es bastante parecida a Boomerang y a Moleskine literario. Ese engendro le sirve para hacerse popular( gozar de una especie de impunidad) entre los plumíferos colombianos de todas las categorías y calibres. Todos son adulados en Corónica, desde muertos como R. H. Moreno Durán hasta escritores de verdad como el barranquillero Paul Brito. A través de reseñas rituales cuyo patrón repetitivo parte de que todos esos autores son deslumbrantes y pueden darle lecciones de honestidad intelectual al mismo Henry Miller.
Todos los implicados en esta vasta operación de guerra psicológica no saben el daño que hacen a la literatura esas reseñas de amigos a amigos, cuya credibilidad tiene la corta vida de unas horas.

sábado, 4 de febrero de 2017

¿Qué hace la gente que no lee?

La personalidad anal se asocia a aquellos que manifiestan un interés intenso por el “orden”; personas que se esmeran en “organizar” con esmero sus espacios, muebles y enseres, y muestran un decoro visible en el vestir y otros rituales. Sostengo que entre estas huestes anales se encuentran muchos individuos que no leen y en casos extremos tienen aversión a la lectura y a los libros. Una relación especial con el dinero es otro rasgo presente en el carácter anal.
Los anales piensan mucho en el dinero y son sobrios en sus gastos hasta llegar a la tacañería. Seguro un buen número de ellos considera un crimen hacer un gasto para adquirir un libro; después de todo, los libros para ellos son artículos que subvierten el riguroso orden y belleza de su hábitat. Obviamente, el que ante el libro experimenta incomodidad y mortificación tiene un problema serio: una de las pretensiones universales y omnipresentes en este mundo es la de que los libros son objetos mágicos, que entre todos leemos con piedad y curiosidad no solo el vasto patrimonio de las tradiciones literarias del oriente y del poniente, sino todo lo que imprimen día y noche las editoriales. Un individuo que odia los libros tiene que camuflarse en un entorno así. Eso nos aproxima a una de las prácticas en que invierten su tiempo los que no leen: el fingir que lo hacen, que son gallardos lectores, que su mesa de noche está bien aprovisionada de libros importantes y novelas irónicas.
Nada de lo humano me es extraño. Entre los que no leen hay no pocos que hacen que otros lean y luego publiquen en donde sea una reseña que ellos firman. Ellos, no el verdadero lector. Es un suplicio, pues tienen que pagarle algo al “negro” y ya queda dicho que son tacaños delirantes. No nos sorprenda descubrir eventualmente que aquel tipejo sonriente que dirigió muchos años la biblioteca municipal no escribía ninguna de las reseñas de libros que el mismo dejaba todos los jueves en el diario. ¿Qué hace la gente que no lee? No hay riesgo de que se aburran, pasan la mitad de su vida diciendo que leen y dejándose ver en lanzamientos editoriales y haciendo espléndidas gestiones culturales.
Si sospechas de alguien que lee tanto como un pez, tal vez es el fabuloso poseedor de una personalidad anal. Pero están también los exhibicionistas, los manipuladores y los seductores. Los hay que esta vida vuelve seductores compulsivos, adictos al aplauso y al incienso que se prodiga sobre sus cabecitas. Su agenda apretada los mantiene bastante ocupados, de modo que no hay riesgo que se encuentren sin nada que hacer. Sin embargo hay ocasiones en que la seducción entraña el que tengan reputación de seres librescos, de exquisitos lectores. En estos tiempos se les facilita todo con las redes sociales. No tienen sino que escribir en su Facebook primorosas frases sobre los libros y sobre escritores icónicos que copian en Google. Escribirla todos los días, acompañadas de imágenes sublimes.
Estas anotaciones apresuradas permiten trabajar la arriesgada hipótesis de que la especie lector no cuenta con tantos especímenes como creemos. Toda prueba a favor de tal hipótesis es una sugerencia dirigida a las editoriales. ¿Qué tal si reducen los tirajes de los libros? Las quejas intermitentes de los libreros de que materialmente no pueden vender todos los libros que imprimen las editoriales son un indicio que los que no leen son una multitud. Una multitud en la que militan muchos individuos tipo anal, tipo seductor/manipulador y tipo exhibicionista…y en general tipo “bruto”…todo porque la gran aventura de su puta vida fue aprender a controlar esfínteres.

Pero la estrategia reina para hacer creer a los demás que entre libros te hayas como la abeja en el panal es escribir uno. Le pagas a un tipejo empobrecido de tanto comprar libros para que escriba un libro en cuya cubierta aparezca tu nombre. Es el antídoto total contra los descreídos. ¿Se puede dudar de que no lea libros quien los escribe?

miércoles, 18 de enero de 2017

-La rebelión de los oficios inútiles- El arte de desaparecer la fábula

Una perversión a medias es peor que un crimen entero…el patrón de collage en La rebelión de los oficios inútiles se queda en mecanismo gratuito, no trasciende cierto designio manipulador, es insincero. Es, sin embargo, un texto premiado. No es un premio importante. ¿O sí? El premio de novela del diario bonaerense Clarín, entre los tan cuestionados premios, no suena como el super-importante. En Colombia, hervidero de entusiastas no ha habido mucha fiesta por este premio, en un país pronto siempre a festejar los “logros” de sus nativos en el exterior.
Las novelas premiadas están quizás más obligadas a ser novelas. Tienen que empezar por ser relatos. El premiado autor tiene que entendérsela con ese esquema diacrónico, se presume que tiene sensibilidad al desarrollo lineal de una “acción”, la “praxis” de la Poética de Aristóteles. ¿Cómo explica que este libro carezca de la libido épica y sea un apilamiento sordo de referencias sin fábula?
Lo que nos arrastra en la existencia, la conciencia, es fundamentalmente narradora, fatalmente establece nexos entre momentos, el ritual de la historia narrada surge de este proceso. Y al narrar su “fábula”, la conciencia narra sus objetos, su mundo, lo desdobla. Este libro premiado evade todo el tiempo este proceso y el resultado es que no asoma en él ninguna conciencia con la que el lector dialogue. Al no desdoblar sus referencias en narración no construye relato. 
En referencia obvia se quedan los ocupantes desesperados de un lote de tierra, el premiado Daniel Ferreira les ofrece apenas su manía de la frase por la frase, su opción gratuita por el ciego expresionismo de su texto, nunca llega a calar la verdad de la invasión y de sus héroes. No penetra el tema, no es un topo de su tema.
El vacío narrativo, la manipulación sorda, la gratuidad y la truculencia del texto son evidentes en enunciados como:

“…mañanas cuando entendemos lo que significa que el hombre es lobo para el hombre, esas tardes en que constatamos que no existen las bestias, que el hombre es la única bestia, frenética, abusiva, parásita, sedienta de sangre…” p. 139

“…estaba completamente absorbido, asimilado y exudado por los existencialistas de Francia, por Sartre y Camus, mi maestro, Albert Camus, el modelo exacto (pleonasmo) de lo que debe ser un escritor, si es que un escritor debe ser algo en este mundo…” p. 137

“Cuando empieza a sentirse embotado por el humo y el hedor a tabaco mil veces fumado, sale de aquel moridero con la chaqueta cundida de alquitrán y el vómito rasposo y atragantado en el esófago” p. 162

“Sin mediar palabra, los gorilas le asestan puñetazos en el estómago y la mandíbula. El trata de defenderse, pero uno de los gorilas ya le retuerce el brazo empuñado con una llave de lucha grecorromana y el otro le lanza puños en el estómago” p. 163

 “Ese mismo día conoció al cubano. Al día siguiente salió rumbo a La Florida en ese Ford negro como el vestido satinado de la puta, como el corazón de Laura Litri; negro, como Manhattan, negro como su ojo izquierdo hinchado por los puñetazos.”

El chiste es que Daniel Ferreira, el autor, alega que este texto es parte de una “pentalogía”. Buen chiste.




domingo, 15 de enero de 2017

La parentela del Gólem

Son exóticos, heterodoxos, parvos, marginales, heréticos. No es lo suyo la gran gesta ni la aventura vasta e intrépida. Ni la aclaración de asesinatos y otros crímenes. Ni amparan damas en problemas ni viudas y huérfanos. Rehúyen la máquina del mundo y vegetan en extremas circunstancias. Se parecen a Harry, el lobo estepario; al errante Stephen Dedalus, al sufrido Gregorio Samsa. Sus peripecias chaplinescas pueden resultar divertidas al lector cómodo en su sillón.
El acervo de creaturas literarias raras y ambiguas sigue aumentando como si surgiera de una manía obsesiva. A través de las ficciones actuaría un alma colectiva que busca respuestas en esos personajes vagos, de idiosincrasias irónicas y “borderline” que ya se ven a gatas para englobar los conceptos de antihéroe y de “perdedor”. ¿Qué significan estas “sombras” de la literatura?

Don Quijote es un antihéroe típico; en comparación con las creaturas a que aludo es un individuo coherente y consolador. Ninguno de los golem que han surgido en los últimos tiempos posee la filosofía y el estoicismo de Huckleberry Finn, otro antihéroe a quien se ama fatalmente. Sin un posgrado en las poéticas de Faulkner es imposible rastrear hasta él, enfáticamente, los genes de esta tribu de personajes. En García Márquez parecen encontrarse en estado natural, en óptimas condiciones, en su tinta. Si existe una escuela del personaje marginal, cerrado en su mundo sublunar, ceñido por su renuncia poética a encarnar en laboriosas convenciones y refocilarse en la aprobación y los reconocimientos del ágora, Gabriel García Márquez es uno de sus heresiarcas.