sábado, 17 de diciembre de 2016

Elegía de Barranquilla

Barranquilla, Barranquilla
Mujeres como palomas
Que tienen una estrella
En el centro de su cuerpo.
Ciudad morena, ciudad descalza.
El milagro de un andén tapizado de flores amarillas.
Tus hombres se tomaban el día
Como un vaso de ron
Y sus voces en las tiendas eran cantos de cocodrilo
Ciudad de agua y de sol
Un dragón te devoró en un eclipse
Y silenció tu canción de arena.
Sin ciudad por el mundo ajeno me arrastro
¿quién me quiere si mi ciudad desapareció?
¿De qué sirve mi lengua materna
Si ya no puede resonar en tus andenes?
Voy enmudeciendo como un crepúsculo.
Ciudad descalza, de arena y sol

Te camino en mis recuerdos con pasión.

jueves, 13 de octubre de 2016

Literatura con guitarra -Bob Dylan Nobel de Literatura-

Soy de esa gente perdida adicta a los rituales, por eso una parte mía gruñe por que se nos haya dejado este año sin ritual del Nobel de Literatura. No hubo esa epifanía en que un escritor o escritora con muchas millas tecleadas y la vida con las cicatrices del sobreviviente de un oficio que cada vez se vuelve más arriesgado y competitivo, amaneciera con todos sus problemas resueltos por las coronas suecas. Ni se sintió la monstruosa envidia de sus colegas que teclean en medio de penurias y el desprecio de sus vecinos sosteniendo una taza de café que cada vez es más negro y cada vez sirve menos para atraer la inspiración, para desbloquear esa ansiedad e incertidumbre que llevó a Philip Roth a prometer no escribir más y darse una oportunidad como ser humano. Este año no hubo ritual porque no es lo mismo, no es lo mismo un escritor con una guitarra, que pesca la poesía con guitarra, no es lo mismo.
Con esa guitarra, objeto mágico entre los objetos mágicos, Bob Dylan mantuvo a raya la magia negra de la literatura, las fusas y las semifusas capturaron las palabras que incendiaron el alma en años de resistencia y protesta contra el establecimiento, el mejor de los establecimientos si quieres tener uno contra el cual lanzar piedras con una guitarra. Sus poemas guitarreados articularon la herejía de varias generaciones de contestatarios al mejor estilo norteamericano. En su género, el de la canción protesta de granito, su figura pronto fue prometeica, inmensa, única en su especie. Imposible de copiar esa voz que salía la mitad por la nariz judaica e irreverente bajo unos pelos puestos ahí al qué carajos, una zarza capilar rompepeines, imagen del caos, nido de sus metonimias y sinécdoques, de su cargados hemistiquios, cargados de blasfemias contra el sistema de vida americano o “american way of life”.
Una gran tapa de disco, aquella de Dylan de perfil con el pelo disparado en todas direcciones proyectándose de su cráneo como explosiones solares. No olvido mi LP de Bob Dylan de mis mocedades y necedades en una era analógica que me hace un miembro de la Vieja Guardia, Su literatura con guitarra tenía dureza bíblica y dureza whitmaniana, con sus símiles y oxímoron sus duras palabras para oídos duros decían que había que tener fe en la propia negativa a seguir los modelos de los fariseos, que había que tener fe para caminar hacia atrás y salirse de la trampa. Me marcaron un hábito por la imprecación cantada, tan parecida a la de Bertolt Brecht y a la de Ernesto Cardenal. Yo era un estudiante de literatura (yo, eterno estudiante de literatura) deslumbrado por sus imágenes literarias que parecían repartir las cartas de nuevo en quienes caminábamos por el túnel.

Su canción (Blowin’ in the wind) dice que la rebeldía es un alimento que trae el viento, que trae preguntas y respuestas, que dejes que te azote el viento para que aprendas, para encontrar respuestas y finalmente ser testigo de algo semejante al vendaval que borra a Macondo del tiempo.

lunes, 5 de septiembre de 2016

Un mundo novelesco incuestionable

http://publicaciones.banrepcultural.org/index.php/boletin_cultural/article/view/7641

El camino en la sombra
es la historia de una familia.
Las historias entrelazadas de sus seis miembros, todos
devorados por el atavismo familiar. ¿Suena familiar?
Suena, porque en la narración de
Cien años de soledad
hay un marco similar, y hace del libro de Osorio Lizara
-
zo una especie de precursor del mítico libro de García
Márquez. La forma en que los genes compartidos por
un puñado de seres los determinan e intentan aprisio
-
narlos en un estrecho círculo de rituales y obsesiones
es un tema no solo fascinante, sino que muy a propósito
de Colombia, país en el cual es poderoso motivo en el
imaginario colectivo y en la práctica de clanes y familias
que se atribuyen una calidad metafísica, trascendental,
que incluso implica un desdibuje de las otras estructuras
sociales y políticas.

viernes, 24 de junio de 2016

La rastredad de los hombres

Los libros de Hernán Vargascarreño que se han cruzado en mi camino han sido para mí un curso intensivo en poesía. Como los libros de García Lorca, de Machado, de Miguel Hernández, han sido mediadores de una experiencia iniciática en quien es principalmente un lector de novelas sin remedio. Me han recordado que las novelas son solo una secta de la literatura comparadas con el canto como gesto característico del ser humano en todas partes.
En otras época superadas de la poesía colombiana el desdoblamiento completo del tema era raro, los libros eran misceláneos, reuniones de poemas ajenos unos a otros. Un raro ejemplo del poemario de tema unitario, Morada al sur, de Aurelio Arturo tardó en ser reconocido como hito fundamental. Por esos poderes limitados de los exégetas y lectores no calaba suficientemente Memoria de los hospitales de ultramar, el canto ambivalente, la elegía herética de Alvaro Mutis (ambos autores se pueden proponer como antecedentes del canto de Hernán Vargascarreño).
Para organizar la masa coral de su elegía, el poeta unitario more Vargascarreño tiene que estar seguro de sus querencias, tendencias, demonios y advertir su destino en ellos. El compromiso a fondo con un tema en poesía implica proyectar la masa coral de acordes temáticos, en fin las voces cuyo diálogo configura el tema. El poeta es el Atlas que sostiene ese universo en levitación gracias a su voluntad poética.  Hoy podemos sacarlo en limpio: la poesía en Colombia se encuentra en plena madurez, Hernán Vargascarreño es un ejemplo feliz. En su reciente libro titulado Montuno, uno de los espíritus que preside es indudablemente el del dios Pan que parece “hacerle la segunda”, para un desciframiento de los misterios convocados en una región de Colombia en donde “el silencio mordiente de los páramos” es más riesgoso que los hielos
Vargascarreño en Montuno -como antes en Tempus-hace surgir un mundo o lo convoca con alarde de totalidad. Le da habla a ese mundo para que sea posible la comunión con él (comunión, he ahí un término que vale como sinónimo de lírica).
Comunión, communio, encuentro en que los hombres truecan sus pocas certezas, sus ilusiones, sus cantos. Oficia, el poeta. Masa coral, masa de las voces del coro, mar de voces, república de voces. La rastredad de los hombres, los filos de las montañas, el viento herido, el silencio mordiente del páramo, las sombras, la roca, todos ellos son voces aunadas en el coro de la elegía abandonada a su momentum.
Montuno es un tratado sobre el destino, un tratado que sugiere que el lugar natal es la clave del andar y buscar del alma. Solo la poesía puede decirlo: la geografía es un destino heroico para el sujeto verdadero. Afortunados quienes tienen un sitio de donde proceden. Es el caso del autor de los cantos de Montuno. Los desarraigados ontológicos que no pueden reclamar pertenencia a un lugar natal al tener, en esta poesía, la visión de la condición humana opuesta, también se aproximarán más a su peculiar destino. Y qué lugar, uno se puede enamorar de él tal como surge en la voz de Vargascarreño:

“No podemos destajarnos de estas tierras que no están hechas para hombres alegres. Aquí está nuestro sino de sombras, aferrado a estos confines del mundo. Más allá de su límites ya no somos, no sabemos ser.” Pag. 14
“mientras bajamos / los estrechos caminos abiertos / sobre la montaña empinada / y abajo el río solo semeja / una delgada ilusión de plata / los gritos de los gavilanes ahondan los desfiladeros / pero más ahonda el silencio de nuestros propios espantajos” pag. 27

Los poderes del poeta
El poeta, todo lo que resucita: los orígenes, los puntos cardinales del alma, los primeros pasos, las epifanías, el lugar que lo pare a uno, la unidad de esas montañas, la intimidad del hombre con su comarca natal, los elementos primarios: el poeta ejerce sus poderes, y su canto es reparador, liberador, sanador.

"Estas montañas / extremidades del mundo / abandonadas a su propio sueño / en medio del caos que es el orden geológico / nada piden a cambio / cuando pasamos sobre sus lomos..
…Con solo sabernos sus peregrinos / les basta para sus arriesgadas geografías / tan hermanadas ellas / a la rastredad de los hombres” pags. 28-29


NOTA: En el mini-formato bibliográfico, estos cantos de Hernán Vargascarreño seducen aún más al ver las montañas y los abismos del Chicamocha contenidos en tan “breve cárcel”. 

Los Zenos

El trato con los héroes estrafalarios lo debo originalmente al cine, medio en que el linaje parte de un individuo de rostro enharinado incapaz de habla, sombrerito redondo, de caminar paradójico y dudosa elegancia, con una mancha de bigote como pintado con el pulgar debajo de su nariz. Ah, y un bastoncillo como única arma. Era Charles Chaplin un emperador de la anomia, un príncipe lumpen, un vocero de la criatura humana desprovista de honores y prebendas pero reclamando un puesto, inventándose cada segundo para no caer derrotado.
La figura estrafalaria que seguramente el vodevil y el burlesque de Londres (el medio en que se formó Chaplin) importaron de Italia, regresa a ese país y funda la escuela de los mimos itálicos encabezados por los Ugo Tognazzi y Marcelo Mastroianni…gran galería inmortal de héroes, con el absurdo y el ridículo eternamente lamiendo sus talones …Alberto Sordi …pero especialmente Tognazzi y su poesía del lío y del problema. Y que consuelo ver en la pantalla a otros igualmente enredados y hasta el cuello en esos problemas que los héroes clásicos no padecen jamás…En el cine nos iniciamos en el trato con estas absurdas figuras de la humanidad, y esa iniciación nos permitió apreciar después las que ha parido la novela universal, que casi tienen ya estatura de arquetipos encabezados por el hidalgo de La Mancha, la nunca bien elogiada Orden de la Triste Figura.
William Shakespeare enriqueció la criatura con sus “Graciosos”, sus “Fools” inmortales. Y con Leopold Bloom, James Joyce promovió el hombre absurdo a figura profética. En medio de los dos Fiodor Dostoyevsky aclaró la cuestión, mejor dicho zanjó la cuestión: ese héroe de la triste figura y los copiosos líos e impasses, al que el ridículo siempre le pisa los talones y es el toque final de su atavío, ese tipo o arquetipo, somos nosotros, somos los hombres ( pronto las mujeres, porque los libros ya arrancan a poblarse de mujeres absurdas y estrafalarias como era necesario que sucediera).
Un estrafalario (me lo imagino en el cine interpretado por Ugo Tognazzi) aventajado y sublime es el héroe de la novela La conciencia de Zeno, de Italo Svevo. Me parezco a Zeno Cosini en la imprecisión del carácter, en el evadir las decisiones y en dejar que los demás hagan. Solo Salvador Buenaventura, el protagonista de Las obras infames de Pancho Marambio, de Bryce Echenique, es más indolente y vacilante que Zeno. Los Zenos no son tal vez personas que las otras personas amen incondicionalmente y nos preguntamos si los lectores que aprecian estas novelas habitadas por héroes desprovistos de cualidades convincentes, de actos ídem, son legión. Pero.. ¿será que eso es la novela? Confesiones de seres dispares e irreductibles a los lugares comunes del decoro? Ese ser que tiene más de abstracto que de vital. En la novela trata de tener su “gran” momento. Es un ser que fracasa en encarnarse con todas la virtudes y los defectos del ego y de la carne. Los lectores sufrimos con su desatender la seguridad y la supervivencia, queremos que Zeno deje de fumar, que conquiste a las más bella de las hijas de Giovanni Malfenti y que deje de ser hipocondríaco.
Como la de  Zeno Cosini mi vida es un río de peripecias miopes en las que el héroe no se ha propuesto conquistar el mundo ni modificar su destino, para empezar. Y como Zeno, para mí actuar es marchar resueltamente hacia la paradoja y la detención del movimiento. Nuestra virtud protuberante –tanto que permite descartar cualquier otra-es la conciencia, siempre vigilante y consciente de ese actuar que no concluye, ni es liberación ni realización. Zeno y yo somos conciencias sin reflejos vitales como si en las vidas anteriores hubiésemos agotado toda nuestra capacidad de actuar según fines elevados o lucrativos o románticos.

Zeno se parece mucho a Aleksiei Ivánovich, el héroe de El jugador (Dostoyevsky). Su destino acaso parta de una educación incompleta, proporcionada por quién sabe qué mentores, pero seguro no por Séneca o Maquiavelo. Tanto Zeno como Alexiei ignoran los más elementales principios de la política, estructurados en torno al carácter necesario del poder (poder personal en este caso). Se las arreglan para vaciarse de voluntad y celo personal. En sus tendencias se echan de menos las intuiciones sobre el valor personal y el imponerlo sobre los demás.

Qué raros, qué raros y qué raro yo que guardo tantas semejanzas con quienes podrían calificarse de estrafalarios. Otra cosa extraña es que la literatura esté siempre convocando estas “tristes figuras”. Una figura paradójica y equívoca es ese José Arcadio Buendía que el célebre Gabriel García Márquez conjura en su libro famoso y lo retrata en continuo rapto de imaginación, desdeñando este mundo por quimeras de progreso de la mano de invenciones poco prácticas que según su fácil imaginación resuelven los obstáculos a las utopías. Su mujer Úrsula Iguarán nunca perdona a los gitanos que le inocularon la fiebre por los delirios de los inventores. Seres unilaterales como la tarántula, como los que recoge  en su red fabuladora William Faulkner, ese rey de los clowns.

sábado, 23 de abril de 2016

La personalidad dialógica de Andrés Caicedo

La idea de la recepción es sugerente. Pone ante nosotros la experiencia de un grupo de lectores con un texto; la siembra del texto, su repercusión, quizá lo más dramático y curioso de los fenómenos de la cultura. Asume muchos patrones, uno es la lectura liderada por un eminente profesor, un George Steiner, un Borges, de uno o más textos. En la duración de un semestre el profesor y su grupo de estudiantes se convierte en una fábrica de recepción, pero más sugerente es la recepción digamos desnuda, callejera, como la de una parte de la obra de Faulkner en Latinoamérica en los años cuarenta y cincuenta a partir de las traducciones de Losada,  recepción ciudadana, a la intemperie. Estuvo implicado Borges que recibió el encargo de traducir The wild palms. La infiltración del “texto faulkneriano” en cofradías de escritores en las capitales latinoamericanas, planteó posibilidades insospechadas para unos escritores-lectores que presentaban muchas dudas, que no disfrutaban de muchas ventajas en medio de una crisis del significante literario ante el estallido, entre otros factores, de la burbuja indigenista y la precariedad de la escuela naturalista criolla.


La recepción como desarrollo téorico riguroso debe mucho a la Escuela de Constanza, nos limitaremos a explotar en esta nota sus posibilidades como noción a partir de la certeza de que todo artefacto literario está destinado a eso, se encuentra enunciado para beneficio de un grupo de receptores o de instancias de recepción. Cuánto brillo no le dio al Boom la vivacidad de su recibimiento por parte de un público articulado que luego se disolvió y todavía extrañamos. Un fenómeno bien interesante, muy típico de Colombia, pero con lecciones latinoamericanas, es el de la lectura de la novela Que viva la música. Publicada en 1977  no tuvo una respuesta de público digna, pero sí acorde con el momento que se superponía a ese reflujo del público del boom que anotábamos, pero que, en lo que respecta a Colombia, era un episodio de confusión general de la cultura intensificado por un conflicto social de complejidades inéditas, con ingrediente de globalización a través del llamado narcotráfico. Tomó dos décadas superar el desencuentro y remontar hasta donde nos encontramos hoy, cuando el libro de Andrés Caicedo tiene valor paradigmático para el desarrollo de la novelística en Colombia, precisamente por su cariz dialógico al margen de una cultura dominada por la enunciación monológica y cerrada del discurso de la novela. 
Con apoyo en Bakhtin podemos decir que el discurso novelesco en primera persona es un rasgo de ruptura con la forma monológica. En él se produce el contrapunto de la voz del narrador – héroe y de la voz autorial, autor y narrador son dos compañeros y colaboradores en el camino de la novela. La asociación abre un nuevo horizonte para el autor y para el texto novelesco como espacio dialógico. En los años setenta la "primera persona" de Que viva la música protagonizó un choque con los lectores monológicos adoctrinados en un autor omnisciente mecanicista, de poderes omnímodos y padre prolífico de una especie de compañía escénica cuyos actores enuncian las variaciones dominantes de su visión monista y reductora.

martes, 12 de abril de 2016

El novio de Isabel Preysler

En el ojo del huracán, como dicen los periodistas bajo presión, está el marqués Vargas Llosa, porque para no ser menos apareció en la lista de personalidades propietarias de compañías de juguete en Panamá, el bracito de Colombia que en 1902 Teddy Roosevelt arrancó. Por cuenta de esta información muchos de sus devotos admiradores o “fans” tendrán algunas dudas esta semana viendo que además de escribir con virilidad y claridad e imágenes fogosas no es ningún novicio en manipulaciones de contabilidad ni paga impuestos en exceso. Es uno de un centenar de dignos ciudadanos del mundo que han explicado con malabares que son propietarios de simulacros de empresas en el bracito arrancado de Colombia, cuyo propósito no es producir ni vender nada sino servir de libro de contabilidad, y no puedo decir más en materia de finanzas porque muchos ceros a las derechas son asuntos fabulosos para mí que soy unos de los inventores de la austeridad; me pasa como al personaje de Augusto Monterroso: “se empeñó en ser culto  hasta el extremo de no tener un centavo”. ¿Notan un tonito irreverente? Ojalá no, porque se trata de un anciano, algún respeto han de convocar esas canas frondosas que delatan los genes amerindios hospedados en sus cromosomas como en cualquiera de nosotros. Podría alegar en favor mío que él ha sido irreverente con la mitad de las cosas; muy irreverente sobre todo con la pobre izquierda peruana, o con toda la latinoamericana que para él, tras su “fracaso histórico”, se reduce a un montón de pecueca inservible, agotada como medio de vender libros en los años sesenta.
Los libros que este multíparo literato ha propuesto desde que salió del closet como ideólogo reaccionario se caracterizan por el aura de fatales, inevitables, textos entregados en medio de rayos y relámpagos en el Sinaí para que dejemos de ser lo que dice su hermano Álvaro: eternos idiotas latinoamericanos. La fiesta del chivo, en que nos dijo lo que ya sabíamos: que hubo un dictadorcito muy útil a los Estados Unidos llamado Rafael Leónidas Trujillo en los años cincuenta en República Dominicana, apelado El Chivo. El libro salió en la época en que comenzó su primer gobierno de terror un doctorcito llamado doctor Uribe Vélez (Vargas y el doctorcito compartieron recientemente en una fiesta en Madrid muy cotizada). Otro libro que no ha sido verdaderamente un parto es El sueño del celta, sobre el pobre irlandés que investigó el horror de la compañía cauchera peruano-británica, Casa Arana, y lo descubrió a la opinión europea; este héroe como Ícaro quemó sus alas por volar demasiado alto y buscar apoyo alemán para hacer de Irlanda un país libre de ingleses; uno de esos libros que debe escribir dormido, consultando las dos biografías existentes sobre su personaje y salpicando aquí y allá sus imágenes fogosos y masculinas y enunciando su eterna cantaleta sobre los talones de Aquiles morales de todos los héroes que en el mundo han sido. ¿Realmente un tema actual? No para quien escribe: sé que un héroe es más imaginación que verdad desde hace unas décadas. El exorcismo del verdadero yo de los héroes, encubierto por las hipérboles de la fama, es un ritual tan repetitivo en Vargas llosa que se ha vuelto una fórmula que, repito, reproduce dormido. ¿Por qué masacrar un héroe cada dos años? ¿En cual mundo vives Vargas? Es innecesario: ya nadie cree en héroes que no tengan cuentas en paraísos fiscales como el gran director de cine español Pedro Almodóvar y tú.  
Un libro del “cholo” Vargas que me alborotó bastante y que me reportó consuelo e inspiración fue su ensayo sobre Flaubert, La orgía perpetua. Ese texto es un retrato moral del titán normando y un alarde de interpretación literaria en que Flaubert cobra vida, comprometido con su insólita variación de la poética de la novela realista europea y sus desvelos por el estilo transparente y profético que logró en Madame Bovary. Ni siquiera la economía de mercado y la apertura comercial rivalizan con la pasión que Madame Bovary produce en ese Vargas Llosa de los años setenta sin paraísos fiscales. En su faceta de crítico literario ha producido mucho, su Historia de un deicidio fue muy importante para la carrera de Gabriel García Márquez. Ha escrito libros sobre Onetti y sobre José María Arguedas, coterráneo suyo envuelto en la leyenda, especie de Rulfo peruano. La casa verde es un libro bipolar, un libro en que investigó nuevas posibilidades de reinventarse como escritor y de derrotar lo que me atrevo a diagnosticar como un bloqueo creativo. Ese libro es barroco, de una masa verbal reverberante y absorbente y nos muestra a un peruano de clase media y mestizo y de cultura limeña (o sea entrenado en la exclusión y en el privilegio de la aristocracia limeña) que intenta una especie de comunión con el Perú de los desgarres y del extractivismo neocolonial (que sigue siendo el mismo porque la economía política no dice mentiras), con la selva que resiste las avanzadas de la ciudad colonial, y la sierra que se despereza con el ruido de un lumpen que en estas páginas se atreve a imitar a Shakespeare. La casa verde es el Vargas Llosa con que me quedo.

Sobre el autor de este comentario:

En el oficio del comentario de libros, Ernesto Gómez-Mendoza (Barranquilla, 1951) ha sido como los colonizadores de selva que tumban un pedazo para sembrar para la subsistencia, y luego, presionados por la industria cultural que les pisa los talones continúan su errancia, tumban más selva (el comentario) y reiteran su destino de supervivencia. Los comentarios dispersos en varios medios impresos y últimamente en Internet así lo atestiguan. Lee y vive en Bogotá.

viernes, 8 de enero de 2016

El viaje a Hades (el discurso novelesco)

Llevo varios años estudiando la novela. Un indicio de mis progresos es que hago mención del “discurso novelesco”, lo que hace que una novela sea una novela. Me divierto, obviamente. El discurso novelesco es divertido. Puedo tramitar cuatro novelas en tres meses. En la fase actual estoy en tratos con cinco, “Que viva la música”, “La carroza de Bolívar”, “La mujer barbuda”, “La información” y “El libro de la envidia”. En esos episodios de consumo de novelas hay un trámite central, los libros deliberadamente estudiados y anotados (de manera muy informal y marginal); los textos a que me conduce el grupo central, podemos llamarles trámite secundario; son los libros,  novelas y estudios y análisis que miro en Internet.
Casi todo mi Bakhtin (Bajtín) lo he sacado de Internet, mismo lugar en donde he mirado en estos días The sun also rises (Hemingway, con el descubrimiento pierde firmeza mi escepticismo sobre su pericia novelística ). Mi comportamiento es errático porque tras leer algunas páginas de Pamela de Richardson fácilmente me interno por la mitología para recabar datos sobre Hermes, muy divertido porque el “dios de los umbrales” también era el patrono de los que se dedican a las artes y de los ladrones. Quizá todo artista es un ladrón en cierto sentido.
“La información” es un libro de Martin Amis que nos tranquiliza sobre la salud de la novela inglesa. Es perfecto en caso de que nos propongamos torturar a Isabel Allende. Allí nadie vale cinco, todos los personajes son experimentos de ética, el término “antihéroe” les queda grande. Parecen más rusos que ingleses, que es lo que parecen tanto los muñecos de la Allende. Es grande el contraste con los operáticos héroes de Isabel Allende. “la información” es una novela para adultos que conozcan aunque sea un 20 por ciento de las profundidades de su alma, ese depósito de cabos sueltos y de mecanismos de defensa y prevaricatos. El arte novelístico de Amis es lo único bueno. Nos hace tragar los asuntos repugnantes en que se ocupan sus dos principales antihéroes (yo diría que Gwyn, el Némesis moral del personaje central, Richard Tull, no se merece ese calificativo, es una colección de mecanismo de defensa, mecanismos de negación de la realidad con el fin de continuar cómodos y no plantearnos jamás nada sincero). En esta colección de seres humanos incapaces de romper con la inercia moral la novela de Amis se parece a la novela colombiana “Autogol”, de Ricardo Silva Romero.
En la novela la existencia humana sufre un cruce de frontera que la lleva a un mundo dislocado, pasa de la apariencia, de la falsa coherencia de la costumbre y las convenciones a un mundo de ultratumba en el cual las máscaras se caen o se borran y asisten a acontecimientos proféticos. O el reverso de las cosas, la novela como proceso en que tras retirar algún velo aparece el otro significado de las cosas. El discurso novelístico contradice la cara aparente de las cosas.
Los personajes observados bien cerca semejan difuntos convocados que acuden a revelarnos una información de importancia para nuestra aventura.
En el teatro no sucede de otra manera. La novela es el teatro de quienes no pueden darse el lujo de ir al teatro. En Hamlet el pasaje al inframundo ocurre pronto, el héroe es informado de la doliente verdad temprano en el primer acto. Los fantasmas son auxiliares tan conspicuos en la ficción que es su ausencia no su intervención la que debería ser una infracción del realismo.
El viaje más obvio de Juana Villegas en Parece que va a llover (Ricardo Silva Romero, Bogotá) es el que realiza con su ex novio Ricardo al popular antro bogotano del contrabando, San Andresito, con la misión de adquirir unas películas en compact disc. Un sitio al margen de las reglas, un inframundo. Cuando las películas se han comprado, Juana completa su visión profética que le enseña que su existencia está colonizada por un sistema de mentiras. Ya ninguna máscara se sostiene en su lugar. El viaje a Hades es uno de los procedimientos habituales de la novela, es incluso un ritual que motiva las expectativas ante un nuevo texto. Mikhail Bakhtin, ese ruso imprescindible que estudió la novela bajo la dictadura de Stalin clasifica el viaja a Hades o Infierno como un tópico que resurge incesantemente en la novela moderna que así tributa a antiguos géneros literarios que en fascinantes mescolanzas fueron construyendo el discurso novelesco