miércoles, 14 de febrero de 2018

La trágica figura de Héctor Abad Faciolince


El rol del intelectual no debe ser como el vestido que uno se pone para las entrevistas o cualquier otra ocasión especial. Pero de todos modos no depende de tu voluntad que seas un intelectual. Otra cosa es a servició de qué.
La elaboración de meta-relatos es una de las funciones intelectuales en una sociedad. Un meta-relato, un relato más allá de acá. Un relato-guía. La historia de que el varón es más fuerte y competente que la mujer se la inventaron los intelectuales, incluso metió mano allí el pobre Pïtágoras, es un típico meta-relato, al servicio de un sistema o dispositivo de dominación.
Detrás de los cuentos neoliberales, del relato del terrorismo, de las amenazas a la democracia, la sociedad abierta más o menos, la globalización, la inversión extranjera, la “oposición”, la incompetencia de los homosexuales para criar niños y otras “consejas” hay agentes y gestores que no son otra cosa que intelectuales. Que  no sean de izquierda no quiere decir que no sean intelectuales.
El PERUANO es un gestor de meta-relatos de sustancia derechista. Es un intelectual de derecha y por su gestión propagandística a favor de los artículos de fe derechistas es incentivado con largueza. Recicla historias tales como el relato de que el mejor estado es el que se limita a emitir moneda y a atrapar a los delincuentes. La narrativa de que América Latina está hundida en el atraso porque no reproduce fielmente el modelo de sociedad abierta occidental, cosa esta última que debemos poner entre comillas, porque es, precisamente, un modelo. Para el peruano nuestras democracias con plumas y taparrabo son tan tóxicas que se mandó a mudar a España. Por cierto para pagar sus honrosos servicios al modelo, el rey de España le cedió una especie de título de marqués.
Los más trágicos son aquellos que –aunque serlo casi no depende de uno- se sienten incómodos con la figura del intelectual y proyectan un bajo perfil en la materia, pero visten un alto perfil como escritores rasos, fabuladores, creadores. Especies de honestos artesanos que fabrican un artilugio. Las suyas serían las historias honestas, de la gente común, la gente que pasea al atardecer, que saca al perro, que se enamora, que canta en la ducha. Lo de Héctor Abad Faciolince es trágico en parte por eso. Porque es alguien que ha querido pasar como el tío bonachón que apenas inventa historias sencillas. Para emplear una frase del corte de las que llevan las contraportadas, hace en sus libros “homenajes a la vida” y cosas así.
Es trágico que un fabulador, un modesto contador de historias, se vea obligado a vestir la figura del intelectual. ¿De derechas? ¿De izquierdas? Y, así vestido, pronunciarse, en lugar de estar dando entrevistas sobre su oficio de contar historias de hermanos y panaderías. Ha sido un pronunciamiento explosivo. O abrupto, en alguien de perfil tan discreto. Se ha pronunciado sobre presuntos asuntos internos de un partido de izquierda hace veinte años, presuntamente manipulaciones de actores en pugna en el seno de esa organización. Lo que dice, obligado por altas  consideraciones cívicas, es que uno de los candidatos a la presidencia es un tramposo, porque “me lo dijo mi amigo Carlos Gaviria”. Esto es trágico porque las consideraciones cívicas, patrióticas, se diría, lo han hecho salir de su torre de marfil o de los eventos plácidos en que es uno de los participantes en conversatorios sobre temas más amenos, menos bárbaros. La vida se ha vuelto tan jodida que ya un hombre bueno no se puede quedar en sus remansos de beatitud literaria. Es trágico porque un hombre muerto, un gran muerto, ha sido desgarrado del Hades para que avale lo que dice Héctor Abad. Hasta el Hades han ido a importunarlo las pequeñeces de la vida colombiana. Por supuesto los reporteros no pueden obtener sus declaraciones en pro o en contra, o confirmando que hace más de veinte años le confió al maestro Héctor Abad, intelectual a su pesar, la conseja mezquina.
La lección más o menos inmediata es que uno se resiste a caer bajo la categoría de intelectual y tarde o temprano le toca ejercer de intelectual, en este caso para no ser indiferente al riesgo de que su país se despeñe por una cuesta castrochavista. ¿Se imaginan si el ejercicio así intelectual de Héctor Abad resulta beneficioso para la sociedad, qué afortunado sería que se vuelva un hábito, que se pronuncie todos los días sobre la cleptocracia, por ejemplo. Sobre la precariedad de la crítica literaria en el país. Sobre el pensamiento único. Sobre las noticias falsas. Sobre la precariedad de la lectura en un país que tiene doscientos escritores. Sobre los asesinatos selectivos a diario. El puente Chirajara. Y de una vez por todas, escriba un libro sobre el castrochavismo, como contribución a la vigencia entre nosotros de una sociedad abierta
Refresquemos quién fue Carlos Gaviria, antioqueño como Héctor Abad. Un progresista cuando ese adjetivo no significaba –como significa hoy-una etapa embrionaria del nefasto castrochavista que acecha por todas partes a este decente país. Era un progresista, y tanto, que promovió en la Corte Constitucional, como miembro de esa institución, una sentencia despenalizando la posesión de una dosis personal de marihuana. Progresista e intelectual también puesto que esa decisión entrañó revisar un meta-relato al servicio de la hipocresía y el autoritarismo: el uso recreativo de marihuana es un delito, daña a la  sociedad. No, dijo la sentencia, es un ejercicio de la libertad en una sociedad moderna, en otras palabras es el derecho al libre desarrollo de la personalidad. Era un gestor de los derechos en un país oscurantista que se acuerda de los derechos solo cuando los recortan o desconocen a un empresario o privilegiado. Un promotor de los derechos modernos en un país feudal como otro Héctor Abad, el padre del escritor, que pagó con su vida hacerlo.  
Héctor Abad hijo es trágico, porque terminó en el anti-castrochavismo por no oponer resistencia a los meta-relatos. En las contraportadas de sus libros, los editores han consignado esos relatos maestros que quieren encuadrar la forma en que pensamos el mundo. Ha comprado estas ficciones o mitos. Como si no supiera lo que todo productor de mitos sabe. Que esas creaciones no tienen efectos “civiles”. Lo que la contraportada proclama sobre Héctor Abad es una fórmula para vender libros, no es un juicio sobre su trabajo creíble, aunque envuelva su figura en hipérboles. No se crea que es un gran escritor porque lo dice ese pedazo de cartón. Héctor Abad no es una figura de ningún canon literario creíble. Lo trágico es que el piensa que sí.

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