¿Es el consumo de novelas algo más que un ritual fetichista
de una minoría tan relevante como los que practican el golf? Sí, también en el
campo de la Novela las viejas certidumbres vacilan, pierden solidez.
Consumidor de novelas, adicto, es el mío un rol más
representativo que el de catador de vinos o aficionado a la ópera? ¿Es solo una
cuestión privada, como el gusto por las orquídeas?
Las orquídeas, si juzgamos por el tamaño de la mención
mediática, serían socialmente menos importantes que la lectura de novelas. Estas
últimas no pasa día sin que sean mediáticamente mencionadas en toda clase de
tonos y con tintes varios. Siempre están en el ojo del huracán, sin que puedan
competir en cuanto a masas devotas con el fútbol o Facebook. Una forma de
aterrizar es visitar la tienda de saldos de librería, en donde el muy honorable
de Hermann Broch trata de mimetizarse en un arrume con Rosa Montero y Carlos
Fuentes. Para empezar, ¿cuál fue el raciocinio que siguieron los editores para,
con tanta seguridad, pensar que ”Instinto de Inés” produciría largas filas en
las puertas de las librerías?
Las ediciones de un libro así debían ser de pocos
ejemplares, dirigidas a coleccionistas excéntricos…
Por más que me resulte poco honroso, no tengo más remedio
que reconocer en mí un curioso individuo, algo pervertido, que ha cultivado el
vicio de leer novelas. Habría que internarse en un laberinto filosófico para
definir el beneficio de consumir “La información”, novela brillante, de Martin Amis, que se lee
como si el lector fuera el “sparring” de su narrador. Un “sparring” bastante
chambón, los sopapos y sacudones que recibes son parte de la diversión. Hay un
alma de boxeador dentro de este narrador que lo suelta todo. Estilo, es otra
forma de verlo.
Sin estilo, la pila de escombros que produce el narrador no
se transmutaría en literatura. Las veladuras verbales de Shakespeare no son
tasadas en este libro, que parece uno de esos monólogos shakespereanos de
personajes dolientes, dolidos y agentes ellos mismos de dolor, estirado por
cuatrocientas páginas. Si haber confirmado en estas páginas escatológicas, que
la literatura tiene una tras-escena perdularia y abyecta es un beneficio, vale.
¿Habrá otro beneficio, más sublime, más fecundo? Nos preguntamos ante el ruido
y la furia que los medios producen alrededor de esas máquinas de voyeurismo (en
muchos ejemplos) que son las novelas.
“La Información” debió pasar por el purgatorio de la tienda
de saldos antes de llegar a mis adictas manos. De eso hay una deducción
imposible de evadir: muchas personas no creyeron, cuando lucía en la vitrina de
la librería, que era lo que hacía falta para completar sus vidas.