viernes, 15 de septiembre de 2017

"Sparring"

¿Es el consumo de novelas algo más que un ritual fetichista de una minoría tan relevante como los que practican el golf? Sí, también en el campo de la Novela las viejas certidumbres vacilan, pierden solidez.
Consumidor de novelas, adicto, es el mío un rol más representativo que el de catador de vinos o aficionado a la ópera? ¿Es solo una cuestión privada, como el gusto por las orquídeas?
Las orquídeas, si juzgamos por el tamaño de la mención mediática, serían socialmente menos importantes que la lectura de novelas. Estas últimas no pasa día sin que sean mediáticamente mencionadas en toda clase de tonos y con tintes varios. Siempre están en el ojo del huracán, sin que puedan competir en cuanto a masas devotas con el fútbol o Facebook. Una forma de aterrizar es visitar la tienda de saldos de librería, en donde el muy honorable de Hermann Broch trata de mimetizarse en un arrume con Rosa Montero y Carlos Fuentes. Para empezar, ¿cuál fue el raciocinio que siguieron los editores para, con tanta seguridad, pensar que ”Instinto de Inés” produciría largas filas en las puertas de las librerías?
Las ediciones de un libro así debían ser de pocos ejemplares, dirigidas a coleccionistas excéntricos…
Por más que me resulte poco honroso, no tengo más remedio que reconocer en mí un curioso individuo, algo pervertido, que ha cultivado el vicio de leer novelas. Habría que internarse en un laberinto filosófico para definir el beneficio de consumir “La información”, novela brillante, de Martin Amis, que se lee como si el lector fuera el “sparring” de su narrador. Un “sparring” bastante chambón, los sopapos y sacudones que recibes son parte de la diversión. Hay un alma de boxeador dentro de este narrador que lo suelta todo. Estilo, es otra forma de verlo.
Sin estilo, la pila de escombros que produce el narrador no se transmutaría en literatura. Las veladuras verbales de Shakespeare no son tasadas en este libro, que parece uno de esos monólogos shakespereanos de personajes dolientes, dolidos y agentes ellos mismos de dolor, estirado por cuatrocientas páginas. Si haber confirmado en estas páginas escatológicas, que la literatura tiene una tras-escena perdularia y abyecta es un beneficio, vale. ¿Habrá otro beneficio, más sublime, más fecundo? Nos preguntamos ante el ruido y la furia que los medios producen alrededor de esas máquinas de voyeurismo (en muchos ejemplos) que son las novelas.

“La Información” debió pasar por el purgatorio de la tienda de saldos antes de llegar a mis adictas manos. De eso hay una deducción imposible de evadir: muchas personas no creyeron, cuando lucía en la vitrina de la librería, que era lo que hacía falta para completar sus vidas.