domingo, 7 de mayo de 2017

Emboscada a un oxímoron

El número de los necios es infinito. El añejo dicho debería haber propiciado una ciencia que se llamara neciología (o neciografía), que previniera sobre estos seres, describiera sus tipos y sus procedimientos. Es una tragedia que el necio escriba libros, es un oxímoron. Ha sucedido varias veces en la literatura colombiana.
La novela necia es una contradicción (tenga otro oxímoron). La rebelión de los oficios inútiles debiera mentar la rebelión de que habla su título. También debiera mentar el pueblo puesto que la presunta rebelión tiene lugar en un pueblo o ciudad de regular tamaño. Es muy extraño. ¿A santo de qué este texto oscuro y equívoco omite contar lo que debe contar? ¿Basado en algún hallazgo de Marcel Duchamp? Lo pregunto porque en alguna página se lo menciona (y uno de los recursos abusivos de este escrito es salpicar sus páginas de nombres célebres de las artes y las letras, sin que lo justifique el contexto).
Mis observaciones no son observaciones arduas para las cuales fuera preciso emplear gran parafernalia narratológica o semiótica. Su sentido común casi produce rubor; pero parte del dislate tan obvio y procaz del texto.
Las situaciones y personajes son materiales, y lo mínimo que se exige de un narrador es que los elabore, que los haga épicamente viables. Pocas veces en mi tonta larga vida de lector he visto más descarado prevaricato. Hay un pueblo o pequeña ciudad (tiene un bar, tiene diario), que no merece del prevaricador ninguno de los procedimientos que los novelistas ofician con los pueblos o poblados o lugares; no alude a ninguna seña o aspecto material, no proporciona descripciones ni propone alguna atmósfera. ¿Me dirán lector-hembra?
Hay que ver cómo insufla vida en su atmósfera pueblerina José Donoso en El lugar sin límites. La descripción pictórica o escenográfica no es lo que exijo; me sentiría colmado con las alusiones cuya suma nos instala en el lugar, como las que teje Evelio Rosero en Los ejércitos para darnos ese pueblo fantasmal (madre mía, no se nos olvide Comala). ¿Cuándo se nos niegan todas esas cosas en un relato que ocurre en una pequeña ciudad o pueblo, no estamos ante una necedad de antología?
A la altura de la página 150, cansado de esperar esas cosas que con toda generosidad me habían dado Juan Rulfo en Pedro Páramo, José Donoso en El lugar sin límites, García Márquez en El coronel no tiene quien le escriba y Evelio Rosero en Los ejércitos, cerré La rebelión de los oficios inútiles y me puse a orar en busca de alivio para mi decepción.
El oximorónico autor de este libracho aparece en fotografías como un cantante de rock. A estas horas gracias a la adulación y a editores cegatos es una figura mediática. Sus comienzos se relacionan con un BLOG que ostenta u ostentaba el nombre de “Una hoguera para que arda Goya” y ganó hace unos diez años un premio a algo así como “mejor emprendimiento cultural en español en Internet”. Daniel Ferreira el joven rockero es el mismo Stanislaus Bohr. En la historia no escrita de la necedad universal pocas farsas se asemejan a la que Daniel alias Stanislaus apareja en su webzine Corónica, una especie de tumor que creció a partir de “Una hoguera etc”. Su verdadera vocación, la de editor, se manifiesta en Corónica, que es bastante parecida a Boomerang y a Moleskine literario. Ese engendro le sirve para hacerse popular( gozar de una especie de impunidad) entre los plumíferos colombianos de todas las categorías y calibres. Todos son adulados en Corónica, desde muertos como R. H. Moreno Durán hasta escritores de verdad como el barranquillero Paul Brito. A través de reseñas rituales cuyo patrón repetitivo parte de que todos esos autores son deslumbrantes y pueden darle lecciones de honestidad intelectual al mismo Henry Miller.
Todos los implicados en esta vasta operación de guerra psicológica no saben el daño que hacen a la literatura esas reseñas de amigos a amigos, cuya credibilidad tiene la corta vida de unas horas.

1 comentario:

Unknown dijo...

Ernesto, celebro que existan personas como tú que coloquen el antídoto necesario a esta enfermedad que ronda la literatura. Enfermedad de egos sin materia de qué ufanarse. Materia de oropel que engaña a los más ignorantes que el mismo autor. Me encantó leerlo, tu escrito es la luz que nos muestra los desaciertos del oficio de escribir.