La personalidad anal se asocia a aquellos que manifiestan un
interés intenso por el “orden”; personas que se esmeran en “organizar” con
esmero sus espacios, muebles y enseres, y muestran un decoro visible en el
vestir y otros rituales. Sostengo que entre estas huestes anales se encuentran
muchos individuos que no leen y en casos extremos tienen aversión a la lectura
y a los libros. Una relación especial con el dinero es otro rasgo presente en
el carácter anal.
Los anales piensan mucho en el dinero y son sobrios en sus
gastos hasta llegar a la tacañería. Seguro un buen número de ellos considera un
crimen hacer un gasto para adquirir un libro; después de todo, los libros para
ellos son artículos que subvierten el riguroso orden y belleza de su hábitat.
Obviamente, el que ante el libro experimenta incomodidad y mortificación tiene
un problema serio: una de las pretensiones universales y omnipresentes en este
mundo es la de que los libros son objetos mágicos, que entre todos leemos con
piedad y curiosidad no solo el vasto patrimonio de las tradiciones literarias
del oriente y del poniente, sino todo lo que imprimen día y noche las
editoriales. Un individuo que odia los libros tiene que camuflarse en un
entorno así. Eso nos aproxima a una de las prácticas en que invierten su tiempo
los que no leen: el fingir que lo hacen, que son gallardos lectores, que su mesa
de noche está bien aprovisionada de libros importantes y novelas irónicas.
Nada de lo humano me es extraño. Entre los que no leen hay
no pocos que hacen que otros lean y luego publiquen en donde sea una reseña que
ellos firman. Ellos, no el verdadero lector. Es un suplicio, pues tienen que
pagarle algo al “negro” y ya queda dicho que son tacaños delirantes. No nos
sorprenda descubrir eventualmente que aquel tipejo sonriente que dirigió muchos
años la biblioteca municipal no escribía ninguna de las reseñas de libros que
el mismo dejaba todos los jueves en el diario. ¿Qué hace la gente que no lee?
No hay riesgo de que se aburran, pasan la mitad de su vida diciendo que leen y
dejándose ver en lanzamientos editoriales y haciendo espléndidas gestiones
culturales.
Si sospechas de alguien que lee tanto como un pez, tal vez
es el fabuloso poseedor de una personalidad anal. Pero están también los
exhibicionistas, los manipuladores y los seductores. Los hay que esta vida
vuelve seductores compulsivos, adictos al aplauso y al incienso que se prodiga
sobre sus cabecitas. Su agenda apretada los mantiene bastante ocupados, de modo
que no hay riesgo que se encuentren sin nada que hacer. Sin embargo hay
ocasiones en que la seducción entraña el que tengan reputación de seres
librescos, de exquisitos lectores. En estos tiempos se les facilita todo con
las redes sociales. No tienen sino que escribir en su Facebook primorosas
frases sobre los libros y sobre escritores icónicos que copian en Google.
Escribirla todos los días, acompañadas de imágenes sublimes.
Estas anotaciones apresuradas permiten trabajar la
arriesgada hipótesis de que la especie lector no cuenta con tantos especímenes
como creemos. Toda prueba a favor de tal hipótesis es una sugerencia dirigida a
las editoriales. ¿Qué tal si reducen los tirajes de los libros? Las quejas
intermitentes de los libreros de que materialmente no pueden vender todos los
libros que imprimen las editoriales son un indicio que los que no leen son una
multitud. Una multitud en la que militan muchos individuos tipo anal, tipo
seductor/manipulador y tipo exhibicionista…y en general tipo “bruto”…todo
porque la gran aventura de su puta vida fue aprender a controlar esfínteres.
Pero la estrategia reina para hacer creer a los demás que
entre libros te hayas como la abeja en el panal es escribir uno. Le pagas a un
tipejo empobrecido de tanto comprar libros para que escriba un libro en cuya cubierta
aparezca tu nombre. Es el antídoto total contra los descreídos. ¿Se puede dudar
de que no lea libros quien los escribe?
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