domingo, 15 de enero de 2017

La parentela del Gólem

Son exóticos, heterodoxos, parvos, marginales, heréticos. No es lo suyo la gran gesta ni la aventura vasta e intrépida. Ni la aclaración de asesinatos y otros crímenes. Ni amparan damas en problemas ni viudas y huérfanos. Rehúyen la máquina del mundo y vegetan en extremas circunstancias. Se parecen a Harry, el lobo estepario; al errante Stephen Dedalus, al sufrido Gregorio Samsa. Sus peripecias chaplinescas pueden resultar divertidas al lector cómodo en su sillón.
El acervo de creaturas literarias raras y ambiguas sigue aumentando como si surgiera de una manía obsesiva. A través de las ficciones actuaría un alma colectiva que busca respuestas en esos personajes vagos, de idiosincrasias irónicas y “borderline” que ya se ven a gatas para englobar los conceptos de antihéroe y de “perdedor”. ¿Qué significan estas “sombras” de la literatura?

Don Quijote es un antihéroe típico; en comparación con las creaturas a que aludo es un individuo coherente y consolador. Ninguno de los golem que han surgido en los últimos tiempos posee la filosofía y el estoicismo de Huckleberry Finn, otro antihéroe a quien se ama fatalmente. Sin un posgrado en las poéticas de Faulkner es imposible rastrear hasta él, enfáticamente, los genes de esta tribu de personajes. En García Márquez parecen encontrarse en estado natural, en óptimas condiciones, en su tinta. Si existe una escuela del personaje marginal, cerrado en su mundo sublunar, ceñido por su renuncia poética a encarnar en laboriosas convenciones y refocilarse en la aprobación y los reconocimientos del ágora, Gabriel García Márquez es uno de sus heresiarcas.

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