viernes, 6 de marzo de 2015

La teta del cine

Un saxo  emitió unas notas en la película y en mi vida, y en la vida de los vendedores de dulces misceláneos que se quedaban en las afueras del cine Coliseo y nunca paraban de decir gracejos y calembures. El saxo era perfecto como comentario musical de la secuencia en que Shirley Mc Laine se va a acostar con Jack Lemmon. Y Jack Lemmon se desarticulaba todo, se volvía un emisor de tics y tragaba en seco. Y yo estaba tenso. No me parecía apropiado que hablara minutos y minutos si Shirley McLaine se lo iba a dar. Con trece años yo estaba ilegal en esa película. Era un niño bastante crecido pero muy chico para asimilar esa película, también muy inexperto para asimilar a Shirley McLaine tan anti star system, con senos pequeños y piernas que parecían dotadas de vida propia (muchos años después frente al pelotón de fusilamientos de mis errores, me enteraría de que tenía formación de bailarina).
No entendía por qué Jack Lemmon estaba tan necesitado de una afeitada con Mennen. Tampoco sabía quien era Billy Wilder, nombre que aparecía debajo de "directed by".
En esa época el cine me amamantaba, y pude compensar algo la teta deficitaria que me tocó de neonato. Iba a mamar el calostro del celuloide casi todos los días al cine Coliseo. ¿Me gané gracias a Sofía Loren una fijacion con las mujeres de dientes de barracuda? Sus senos proporcionados a su estatuesca presencia estaban en oposición binaria con los senos de la La McLaine. En Barranquilla no había réplicas de la escultura griega en los museos. Pero si había Coliseo y en sus entrañas, eran tan impresionantes como la estaturia femenina griega, una cohorte de actrices con Sofía como paradigma.  De la teta del cine manaban opulentas y perturbadoras, Ursula Andress, Marilyn, Silvana Mangano, Rosanna Schiafino, Claudia Cardinale, Marina Vlady, cuya iconografía en manos de directores como Dino Risi, Vittorio de Sica, Blake Edwards y Luchino Visconti plagiaba desde la Venus de Milo hasta las venús rococós de los museos europeos. Era bastante para alguien amamantado a medias en sus primeros meses de existencia.
En otro aspecto de la cuestión, mamaba, también, cosas como los tics de Jack Lemmon. Los tics del Inspector Clouseau, Peter Sellers y los de Ernest Borgnine. De color blanco como un seno blanco era la pantalla del Coliseo. Me nutría con la sustancia que manaba de ella.
Las secuencias que recuerdo de El Prestamista un film hiperrrealista con Rod Steiger, mimetizado en el personaje hasta el punto que creemos ver un documental, están fotografiadas casi sobreexpuestas, y las imágenes son lechosas: leches así me amamantaron en un largo período de lactancia que duró hasta que me salieron los dientes necesarios para deglutir material literario, incluido el ensayo y la interpretación.
La leche de lo ambiguo y equívoco es un alimento formativo. Una adecuada lactancia que te prepara para la vida y para el cine que vendrá. El mejor cine, el equívoco y transgresor, que en los años sesenta sólo podían disfrutar teóricamente los mayores de 21 años.  En ese entonces un ícono de la equivocidad y lo ambiguo era Anthony Perkins. En la pantalla no respiraba esa saludable masculinidad de los héroes estadounidenses. En las escenas solía escabullirse, tras tartamudear y hacer con las manos cosas antiheroicas como sacarlas y meterlas en los bolsillos. Era embarazoso para Norteamérica ese hombre incongruente y tembloroso. Fue en "Volver de entre las cenizas" en que su triste figura cruzó los planos insidiosa, mientras me acunaba un "travelling" casi imperceptible y las notas de un saxofón.
De festivos "travellings" y otras acrobacias abunda "Hatari". Se que, ahora que mi inocencia tiene más experiencia de la vida y de la épica, sacaría todo el jugo de esa jugosa película. Sólo se que el ballet de la cámara me instaló confortablemente en esa vida de celuloide dentro de la cual un aventurero más que maduro, creo que se enfrentaba, más que a un rinoceronte, al reto de  ser la única familia de Elsa Martinelli, una italiana algo jirafa con el pelo cortito y unos ojos fantásticos, enfundada en vaqueros, la hija de un amigo que al morir le dijo que esa era toda la familia que tenían. Como se constituyen en familia el viejo aventurero, dentro de su ética del desarraigo y la renuncia, y la esquelética huérfana, en medio de los animales icónicos de las sabanas africanas, es la trama, Los que sigan perseverando en el estudio del cine, esa leche materna, sabrán pronto que el director de esa película Howard Hawks es un estilista aclamado, al igual que Billy Wilder. La película en que Jack Lemmon se rebaja penosamente para que le presten un apartamento en donde acostarse con Shirley Mc Laine, se llama "El apartamento".
Así era cuando, siendo niño de teta crecido pero con serios síndromes de retardo en varias facetas, me amamantaba el cine.