Un saxo emitió unas notas en la película y en mi vida, y en la vida
de los vendedores de dulces misceláneos que se quedaban en las afueras
del cine Coliseo y nunca paraban de decir gracejos y calembures. El saxo
era perfecto como comentario musical de la secuencia en que Shirley Mc
Laine se va a acostar con Jack Lemmon. Y Jack Lemmon se desarticulaba
todo, se volvía un emisor de tics y tragaba en seco. Y yo estaba tenso.
No me parecía apropiado que hablara minutos y minutos si Shirley McLaine
se lo iba a dar. Con trece años yo estaba ilegal en esa película. Era
un niño bastante crecido pero muy chico para asimilar esa película,
también muy inexperto para asimilar a Shirley McLaine tan anti star
system, con senos pequeños y piernas que parecían dotadas de vida propia
(muchos años después frente al pelotón de fusilamientos de mis errores,
me enteraría de que tenía formación de bailarina).
No entendía
por qué Jack Lemmon estaba tan necesitado de una afeitada con Mennen.
Tampoco sabía quien era Billy Wilder, nombre que aparecía debajo de
"directed by".
En esa época el cine me amamantaba, y pude
compensar algo la teta deficitaria que me tocó de neonato. Iba a mamar
el calostro del celuloide casi todos los días al cine Coliseo. ¿Me gané
gracias a Sofía Loren una fijacion con las mujeres de dientes de
barracuda? Sus senos proporcionados a su estatuesca presencia estaban en
oposición binaria con los senos de la La McLaine. En Barranquilla no
había réplicas de la escultura griega en los museos. Pero si había
Coliseo y en sus entrañas, eran tan impresionantes como la estaturia
femenina griega, una cohorte de actrices con Sofía como paradigma. De
la teta del cine manaban opulentas y perturbadoras, Ursula Andress,
Marilyn, Silvana Mangano, Rosanna Schiafino, Claudia Cardinale, Marina
Vlady, cuya iconografía en manos de directores como Dino Risi, Vittorio
de Sica, Blake Edwards y Luchino Visconti plagiaba desde la Venus de
Milo hasta las venús rococós de los museos europeos. Era bastante para
alguien amamantado a medias en sus primeros meses de existencia.
En
otro aspecto de la cuestión, mamaba, también, cosas como los tics de
Jack Lemmon. Los tics del Inspector Clouseau, Peter Sellers y los de
Ernest Borgnine. De color blanco como un seno blanco era la pantalla del
Coliseo. Me nutría con la sustancia que manaba de ella.
Las
secuencias que recuerdo de El Prestamista un film hiperrrealista con Rod
Steiger, mimetizado en el personaje hasta el punto que creemos ver un
documental, están fotografiadas casi sobreexpuestas, y las imágenes son
lechosas: leches así me amamantaron en un largo período de lactancia que
duró hasta que me salieron los dientes necesarios para deglutir
material literario, incluido el ensayo y la interpretación.
La
leche de lo ambiguo y equívoco es un alimento formativo. Una adecuada
lactancia que te prepara para la vida y para el cine que vendrá. El
mejor cine, el equívoco y transgresor, que en los años sesenta sólo
podían disfrutar teóricamente los mayores de 21 años. En ese entonces
un ícono de la equivocidad y lo ambiguo era Anthony Perkins. En la
pantalla no respiraba esa saludable masculinidad de los héroes
estadounidenses. En las escenas solía escabullirse, tras tartamudear y
hacer con las manos cosas antiheroicas como sacarlas y meterlas en los
bolsillos. Era embarazoso para Norteamérica ese hombre incongruente y
tembloroso. Fue en "Volver de entre las cenizas" en que su triste figura
cruzó los planos insidiosa, mientras me acunaba un "travelling" casi
imperceptible y las notas de un saxofón.
De festivos "travellings"
y otras acrobacias abunda "Hatari". Se que, ahora que mi inocencia tiene
más experiencia de la vida y de la épica, sacaría todo el jugo de esa
jugosa película. Sólo se que el ballet de la cámara me instaló
confortablemente en esa vida de celuloide dentro de la cual un
aventurero más que maduro, creo que se enfrentaba, más que a un
rinoceronte, al reto de ser la única familia de Elsa Martinelli, una
italiana algo jirafa con el pelo cortito y unos ojos fantásticos,
enfundada en vaqueros, la hija de un amigo que al morir le dijo que esa
era toda la familia que tenían. Como se constituyen en familia el viejo
aventurero, dentro de su ética del desarraigo y la renuncia, y la
esquelética huérfana, en medio de los animales icónicos de las sabanas
africanas, es la trama, Los que sigan perseverando en el estudio del
cine, esa leche materna, sabrán pronto que el director de esa película
Howard Hawks es un estilista aclamado, al igual que Billy Wilder. La
película en que Jack Lemmon se rebaja penosamente para que le presten un
apartamento en donde acostarse con Shirley Mc Laine, se llama "El
apartamento".
Así era cuando, siendo niño de teta crecido pero con serios síndromes de retardo en varias facetas, me amamantaba el cine.