lunes, 30 de junio de 2014

La fábula del fetichismo del dinero - El gran Gatsby

A diferencia de la lectura resuelta que procesa generosa porción del texto con intensidad, hay lectura discontinua, con abruptos cortes y densos hiatos, debidos a presiones del entorno del lector (hay textos, además, como por ejemplo Ulises, que imponen un sistema de lectura entrecortada, paciente, oscilante, muy dispersa, cuya huella, no obstante, es profunda y definida). He leído en tres sesiones muy próximas entre sí La línea de sombra, noveleta de Conrad, pero El gran Gatsby ha sido una historia diferente. En un punto me encontré "editando" la "fábula" para encontrar pronto el problemático perfil de Jay Gatsby. Problemático y fascinante. Es un mensajero que ignora que es tal y no sospecha cuán inmensa es su colaboración. Por lo que ignora, es que Jay Gatsby es un gran héroe posmoderno. Es la ignorancia de sí mismo en un laberinto de espejos engañosos como destino existencial. La casta de novelista de Scott Fitzgerald le permite dotar de sentido profundo al sistema de falsos espejos de sus aberrantes dramatis personae y plasmar el retrato de la decadencia de un mundo. Espejos, la locura que propicia el narcismo. En El gran Gatsby el espejo dominante es el dinero. Los personajes creen que en el dinero hay algo que completa enfáticamente su identidad y es el talismán de la vida. Esta es plena y absoluta en la mediación del dinero, sistema de las posibilidades, garante de la libertad y la voluntad. Es la enajenación que se muestra especialmente deforme en el rebaño de espontáneos convocado por las fiestas en el palacete de Gatsby, que prodigan liberalmente sus placeres. En las horas de hedonismo procurado por el dinero de Gatsby sus huéspedes transfugas creen ver la esencia de su ser, no importa que el epílogo sea carente de verdadera vida: el regreso a la que, según sus valores, es sub-vida, una sombra de vida. Es el hedonismo de masas que debuta en la historia, el escapismo que Scott Fitzgerald sondea con agudeza. Esta conducta escapista, reverso del agotado puritanismo, era ya en la época en que se escribió El gran Gatsby,  motivo obsesivo de la cultura de Estados Unidos. A la altura de los años veinte, cuyo clímax devastador sería la Gran Depresión (1929), los automóviles -signo y medio de la embriaguez narcisista- habían transformado la sociedad y la cultura. Es un cuadro que alude poderosamente al presente en que, ya no el automóvil, sino los artilugios digitales, son la superficie en que ve su reflejo el nunca saciado narcisismo posmoderno. a más de noventa años de su composición, El gran Gatsby nos habla muy de cerca.
Como resultado de la "edición de lector" que hice, algunas partes de la fábula quedan fuera de foco. Por ejemplo, los trámites que conducen al accidente en que Daisy Buchanan, la casada prima del narrador y objeto libidinal de Jay Gatsby, arrolla a la amante de su marido, Tom Buchanan. Son trámites cruciales porque llevan al pre-clímax: Gatsby encubre a Daisy, atestigua ser quien conducía el automóvil. Aún en esa "edición", el acto de Gatsby guarda simetría con su obsesión por la niña-mujer, etérea, rica, fetiche que expresa el fetichismo del dinero que consume el alma de Gatsby. El clímax reúne en un acorde final los motivos fundamentales de la fábula. Los Buchanan dejan el elegante suburbio de moda ilesos de cualquier escándalo. El gran Gatsby se hunde en el crepúsculo de sus espejos.